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Cataluña es grande, a pesar de los totalitarios

Por Antonio Coll

 

Mi estancia de cinco años en Cataluña, donde estudié en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Autónoma de Barcelona, ubicada en Bellaterra,  a unos 80 kilómetros de la ciudad condal, me dio la oportunidad de conocer perfectamente el sentir del pueblo catalán.  En el periodo 1975-1980,  pude captar y vivir muchos avatares, en una época de transición,  al desaparecer el general Franco,  producido el 20 de noviembre de 1975 y  la proclamación de Juan Carlos I,  como Rey y Jefe del Estado español,  significó, siete meses después,  el inicio del proceso de la Transición Española hacia la democracia representativa,  con un gobierno presidido por Adolfo Suárez, quien con valentía y convencido,  presentó,  en las aún Cortes franquistas,  el  Proyecto  para la Reforma Política en octubre de 1976,   proyecto de Ley que fue aprobado y,  posteriormente,  sometido a referéndum,  siguiendo los requisitos exigidos por las Leyes Fundamentales.  Todo ello permitió celebrar las elecciones generales de 1977,  los primeros comicios libres en España,  desde febrero de 1936.

 

 El 31 de octubre de 1978,  el Congreso de los Diputados y el Senado,  aprobó la Constitución Española,  que fue ratificada por las 17 comunidades españolas, a través de un Referéndum, el 6 de diciembre de 1978.

 

En Cataluña  los votos afirmativos, en porcentajes,  fueron:  Barcelona, 90,38%,  Gerona 89,78%,  Lérida 91,34%  y  Tarragona 90,99%.  Con una participación de 2.966.177  de votantes,  más del 90% del electorado  catalán  votó SI a la Constitución Española.  Una mayoría aplastante que ha dado mucha prosperidad a Cataluña, a pesar de los últimos acontecimientos, donde una parte importante  del pueblo catalán está deseosa de enarbolar la bandera de un estado independiente, en forma de república.   Después de 28 años  se pone en evidencia que ha existido un antes y un después,  ya que el crecimiento de separatistas y radicales, en ese periodo,   es un síntoma al que hay que analizar profundamente y cuáles ha sido las causas de ese despertar vertiginoso, de unas de las comunidades autónomas más ricas del Estado Español. 

 

En el último curso de Periodismo, 1980, ya estaba comprobando, en una parte del profesorado, su aversión  al Estado Español. Una prueba significativa la viví en la asignatura Derecho Internacional (5º curso) donde el profesor Rodes se negó a impartir las clases en castellano, a pesar de que había dos grupos A y B para las clases en catalán o español. Ante la reclamación de un grupo de alumnos, procedente de otras comunidades, como mi caso, el citado educador, contestó que “él no hablaba la lengua de la Policía  Nacional y de la Guardia Civil”.  Y terminó su esperpéntico discurso con la siguiente  frase:  “Además, ustedes llevan más de cuatro años en Cataluña y ya deberían saber el catalán”.  La mayoría de estudiantes, incluidos catalanes, se quedaron estupefactos. Había vascos, gallegos, navarros y yo como canario. Para todos fue un insulto y ganas de fracturar la buena convivencia que hasta el 4º curso había reinado por la decisión del Decano de dividir las clases en los dos idiomas.  Pero las protestas ante el Decanato y el propio Ministerio de Educación y Ciencia, de nada sirvieron. Incluso el entonces ministro, González Seara, decidió abrir una investigación sobre la discriminación del uso del castellano en la docencia universitaria.  Madrid envió dos inspectores especiales de Educación, pero se asustaron cuando en la prensa catalanista y algún medio de Madrid,  aparecían  titulares como: “Madrid investiga el catalán”,  “Un grupo minoritario de extrema derecha, en contra del catalán”.  Por ser solo castellano-parlantes se nos achacaba de una ideología que nadie profesaba. Más tarde nos enteramos que el profesor Rodes pertenecía al PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) de corte marxista-leninista.  Años más tarde, pude enterarme que  se embarcó en la  Convergencia de Jordi Puyol, donde fue nombrado director general de la policía autonómica.  Solo es una anécdota de 1980.  Pero ya, desde entonces,  el horno se estaba calentando, con un perfil  “prefacista” y “totalitario”.

 

Alfonso Guerra compara a la Generalitat con el “nazismo”

 

En unas recientes manifestaciones del que fuera vicepresidente del Gobierno de Felipe González,  el socialista Alfonso Guerra, publicado en “El Español”: “ha lamentado que los sucesivos gobiernos hayan permitido a la Generalitat dominar tres "elementos poderosísimos": la educación, la televisión y la Policía”.  El ex líder socialista andaluz ha comparado al Gobierno de la Generalitat con el nazismo de Adolf Hitler. Alfonso Guerra lamenta que se critique a la Policía Nacional y Guardia Civil por parte de los golpistas” gubernamentales de Cataluña, pero olvidan que “se está fraguando un golpe de Estado, como muy bien ha dicho su Majestad el Rey”.  También lamenta que una gran mayoría de profesores de primaria y secundaria, militantes de ERC, lleven muchos años enseñando el “odio a España”.

 

Bajo mi humilde opinión los gobernantes actuales  de Cataluña, conformado por un tripartito de extrema izquierda (ERC), derecha catalanista (antigua Convergencia de Jordi Pujol)  y  la CUP, de corte anti-sistema y anti-capitalista, son un conglomerado de ideología desigual que no está reclamando derechos democráticos ni más competencia para su autonomía. Sencillamente,  han iniciado una “revolución” de arriba hacia abajo, en beneficio de unos pocos y sin importarles para nada la voluntad de una gran parte de la sociedad catalana, la economía y los costes sociales que la imaginaria independencia puede conllevar a más de siete millones de habitantes, sin olvidarnos de los efectos colaterales para la economía del resto del Estado. Múltiples de empresas, incluidos determinados bancos con sede en Barcelona, están dispuestas a marcharse de Cataluña si la ola separatista y manipulada sigue extendiéndose y creando conflictos callejeros. El paro y las pensiones, son dos capítulos que se verían afectados y sus repercusiones, para un gran  número de ciudadanos, es de extrema gravedad. Los más débiles pagarían una factura por la irracionalidad de unos psicópatas dirigentes, embarcados en un “movimiento nacional totalitario” que solo están viendo un solo carril, desconociendo que es de vía contraria, por lo que el choque de “trenes” es imparable.

 

Felipe VI, contundente

 

El discurso del Rey Felipe VI y Jefe del Estado, fue contundente, oportuno y muy acertado. El estado monárquico parlamentario y democrático fue votado, a través de un Referéndum,  en 1978. Que algunas formaciones políticas de este país no se olviden. Por tanto, le corresponde actuar con firmeza cuando una estructura autonómica traspasa los límites constitucionales y ponen en riesgo “los derechos y las libertades de todos los habitantes de un Estado”.  Y cuando esto ocurre, la Constitución Española aprobada por más del 90% de sus ciudadanos, prevé en su artículo 116 medidas como “estado de excepción y sitio”, cuando una crisis constitucional no puede resolverse con los poderes ordinarios del Gobierno estatal ni el Poder Judicial. Otras alternativas previstas ya no encajan en la situación actual, porque están amortizadas y no se aplicaron en su momento. Ahora es tarde…

 

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