Comienza la subasta

Antonio Salazar
No deja de ser una cruel contradicción que cada uno de nosotros no podemos vender nuestro voto al mejor postor. No se puede hacer so pena de terminar preso pero sí es posible que los partidos políticos se dediquen a comprar votantes proponiendo, en un programa cerrado, proponiendo una expansión del gasto. Nosotros no podemos vender el voto pero ellos sí pueden comprarlos en esta asimetría habitual entre los políticos y los ciudadanos.
Existen razones para explicar el divorcio que se produce y la profunda desafección que vamos desarrollando hacia todo lo que tiene que ver con la cosa pública. Las han estudiado los teóricos de la Escuela de la Elección Pública (PublicChoice) quienes enuncian hasta cinco razones fundamentales para que esto esté ocurriendo (aunque sus primeros trabajos son de la década de los sesenta). La primera, el efecto de la racionalidad de la ignorancia, señala que es perfectamente racional mantenerse ignorante sobre aquellas cuestiones que son complejas (el coste de informarse es elevado) o están más allá de nuestro control (la posibilidad de que nuestro voto sea decisivo en Canarias es 10 veces más alta que sacarse la lotería nacional).
La segunda sería la aparición de pequeños grupos de interés que buscan privilegios que nada tienen que ver con los intereses de la mayoría silenciosa que nadie defiende.
La tercera es el efecto de la representación no vinculante, motivada porque los electores no manifiestan sus preferencias sobre temas concretos, tan solo eligen un representante, que podrá cambiar de opinión sobre aquello que ofreció en campaña sin sanción, pues no hay manera legal de obligar a cumplir lo prometido en esos momento de euforia, incrementando los incentivos para que las personas decidan desinteresarse por los asuntos públicos.
También estudiaron (cuarta razón) el efecto de la miopía gubernamental relacionada con el horizonte temporal inmediato con el que normalmente se desenvuelven los políticos, con políticas orientadas siempre al corto plazo, pues no son capaces de ver más allá de las próximas elecciones.
Un político está obligado a maximizar sus votos para mañana, con lo que si uno decidiera plantear las cosas a largo plazo estaría condenado a perder las siguientes elecciones.
Y la quinta está relacionada con la carencia de incentivos para actuar de forma eficiente. Una determinada línea de acción pública se mantendrá en el tiempo con independencia de su eficiencia económica siempre que sea respaldada por los electores, lo que ha llevado a tomar decisiones de expandir el tamaño de los gobiernos más que reducirlos si se pensaba en su rentabilidad electoral.
Para evitarlo sería necesario establecer algún vínculo para que quien toma la decisión quede vinculado con su coste o beneficio. No parece que sea esto lo que vaya a ocurrir en el corto plazo.