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Comparto, pero no comparto

Por Guillermo Uruñuela

 

 

Estoy intranquilo con las interacciones en Facebook. Los “me gusta”, para entendernos. No se crean que se trata de un acto menor. Te puede enamorar algo, dejarte sorprendido, triste, cabreado. Te puede gustar, sin más, en color azul, que es como algo casi vulgar. El sexto emoticono he tenido que pulsarlo a la vez que escribo este artículo porque la cara descojonada con cierto aire oriental, con los ojos a media asta, no sabía cómo se denominaba: “Te divierte”.

 

Y claro uno siempre está angustiado de qué poner en cada caso. Porque qué fina es la línea entre un me gustas o un me enamoras. De hecho, esa es la diferencia para saber si será un amor de una noche o la mujer con la que quieras contraer matrimonio. Pues esa disyuntiva la tienes que solucionar en un espacio de tiempo reducidísimo. Qué presión. Mi truco, a veces, es darle con los ojos cerrados y mañana que salga el sol por donde quiera.

 

Es que la cosa no es para tomársela a broma. Otro ejemplo práctico. Fallece una persona y en las interacciones uno ve de todo un poco, entre otras cosas, pulgares arriba. Yo siempre me pregunto, exactamente qué les está gustando. Para eso existe el botón de me entristece, digo yo. Pues no, ahí van algunos y con dos bemoles te plantan un “me gusta” que te deja  más perdido que un quinto en día de permiso.

 

Luego está Twitter que es un batiburrillo de ideas y de conversaciones que no sabes dónde empiezan o acaban. Ahí tienes un botón de “Retuit” para compartir algo que te haya motivado. Luego, en ocasiones, ves cómo tus seguidores te ponen a parir y te entran ganas de contestarles, oiga, métanse con el autor del tuit que yo soy un mero espectador en todo esto.

 

Instagram tiene lo suyo. Miras, cotilleas y te vas. Algunos entran en sorteos y los famosetes salen grabándose vídeos de cremas y cosas así. Mi mujer incluso participa en concursos que para acceder a ellos pone mi nombre. Es decir @guillermourunuela debe ser la cuenta más participativa en concursos de España. Nunca me ha tocado nada.

 

Aquí corres el riesgo de enviarle un corazón a una foto de pasada. Me ha ocurrido y suele coincidir, todavía no sé por qué, que le mandas tu rojo corazón a ese tipo que te cae fatal y que no sabes ni por qué te sigue. O lo sigues. No sé si el orden de factores afecta. Luego, para mayor escarnio, te das cuenta, lo quitas pero ya ha visto tu corazón pasional en su instantánea.

 

 

Antes de acabar quiero volver a Facebook porque tengo que narrarles algo. Un día, un seguidor de mi cuenta me dejó fascinado. Realizó una maniobra genial. Magnífica. Se convirtió, en el burdo tejido internauta, en una especie de Sócrates. Tomó una publicación de mi muro y la compartió en el suyo. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, cuál fue mi sorpresa. Esa noticia que ya había llegado a sus contactos después de darle a “compartir” venía acompañada de un breve mensaje de texto.  En él, mi colega virtual comentaba que no estaba de acuerdo con lo que yo había escrito. “No comparto lo que aquí se pone”; eran las palabras. Consiguió desconcertar al propio Mark Zuckerberg, fundador y creador de Facebook, que nunca se había encontrado ante esa tesitura: “el comparto, pero no comparto”.

 

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