Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

El 15 de julio de 2020, en pleno colapso del país, mientras España contaba por miles sus muertos diarios y las UCI seguían llenas hasta los topes, cinco hombres –dos empresarios, un muñidor y dos altos cargos socialistas- se sentaron a cenar en el reservado del restaurante Jai Alai, en Madrid. A uno de ellos, presidente de Canarias por más señas, le escoltaba la urgencia de “abrir los aeropuertos canarios como fuera”. Otro manejaba el Ministerio de Transportes y el PSOE. El tercero, era su intermediario oficioso. El cuarto, un empresario sin escrúpulos, de sonrisa elástica y contactos infinitos. El quinto, un socio comparsa del cuarto. Todos ellos juntos eran un perfecto retrato del poder en tiempos de pandemia.

 

El empresario se llamaba Víctor de Aldama. El intermediario era Koldo García. El ministro, José Luis Ábalos. Y el presidente de Canarias ya saben ustedes: el hoy ministro de Política Territorial. Ha contado Aldama, en su culebrón interminable, que Torres iba vestido con un traje gris a cuadros, y que repitió varias veces la misma frase: “Me da igual si los tests son mejores o peores. Lo que necesito es abrir ya los aeropuertos”. Esa fue la esencia de la conversación: la urgencia de recuperar el negocio por encima de todo. El bueno de Torres no pensaba en la salud pública ni en los protocolos sanitarios, sino en los empresarios que le apremiaban “porque estábamos perdiendo mucho, mucho negocio”. La prioridad era abrir. Abrir los cielos, abrir los hoteles, abrir las arcas. Y si los tests eran de segunda, o si la compra se hacía a través de una trama que ya traficaba con mascarillas infladas, qué más dará. El bien común, como suele ocurrir, cede ante el beneficio de unos pocos.

 

La cena, nos cuenta el lenguaraz y vengativo Aldama, fue como una escena de El Padrino: familiaridad, códigos implícitos y una sensación de impunidad que hoy asombra por su candidez. Había confianza entre todos. Se hablaba de negocios y de hijos, de permisos ministeriales y de aerolíneas amigas, como si todo formara parte de una misma gestión emocional. Torres preguntó por la familia de Ábalos y la de Koldo, y al poco el tono derivó hacia lo que de verdad importaba: cómo montar un sistema de test en los aeropuertos que permitiese reabrir el turismo.

 

A mitad del menú, Torres deslizó su interés por que el transporte del material sanitario se hiciera con Plus Ultra, la aerolínea de los milagros financieros, la que acabaría rescatada por un pico de millones públicos –como Air Europa-, pese a no disponer casi de aviones. Fue la compañía que inauguró el primer vuelo comercial Beijín-Las Palmas, ya saben, cargado de epis compradas a Koldo. Aldama, consejero entonces de Air Europa, cuenta que se quedó perplejo: “Me dijo que si podía hacerse con Plus Ultra, y le contesté que si pedía precio a Plus Ultra, en Air Europa me dirían que soy gilipollas”. La conversación duró más de hora y media. Se habló de pliegos, de que Conrado lo arreglaría, de laboratorios, de la empresa Megalab… Ábalos, prudente, sugirió implicar a Lucena, mandamás de AENA, y a Salvador Illa, ministro de Sanidad. Koldo, siempre al loro, mandó un mensaje a Lucena, que contestó diligente “ningún problema”. Y así, entre croquetas y compromisos, se tejió otro pedazo del tapiz del poder.

 

Pero lo más interesante no es lo que entonces se dijo, sino lo que hoy se niega: Torres asegura no conocer a Aldama, pese a que la Guardia Civil tiene un mensaje suyo a Koldo en el que admite que “hablará con la persona del restaurante”. La “persona”, claro, es el propio Aldama. La UCO así lo ha entendido, y la Fiscalía Anticorrupción también. Sólo el ministro sigue fingiendo que no sabe de qué le hablan. Pero negar una cena cuando hay tantos rastros y testigos empieza a ser -más que un argumento- un reflejo equivocado. ¿Qué pasa si el móvil de Koldo revela esa llamada a Lucena a esa hora?  Hay algo profundamente revelador en todo el episodio del reservado: muestra la naturalidad con la que se entienden política y negocio en tiempos de desesperación. El turismo debía volver, las aerolíneas volar, las facturas pagarse. Y algunos supieron ver entre la ansiedad y la catástrofe la oportunidad de ponerse las botas: mascarillas, test, contratos exprés, intermediarios, comisiones. La pandemia no sólo fue una tragedia, también fue un zoco persa.

 

Aldama asegura que el encuentro en el reservado concluyó con una frase del episódico Koldo: “Presidente, muchísimas gracias por poner todos los medios a nuestra disposición.” Y Torres: “Ya sabes que para mí es un placer ayudar.” En fin, puede que la cena del Jai Alai no pruebe un delito, pero retrata muy bien a los cinco que en pandemia eligieron con quién cenar y cuándo mentir. Entonces se creían impunes.


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