Cuando gana el que pierde
Andrés Martinón
Sigo la página oficial de Comité Olímpico Internacional. Lo hago, entre otras cosas, por los vídeos que suben normalmente recogen la grandeza de las gestas que se realizan en las Olimpiadas. Hoy por ejemplo ofrecían la gran final de los 100 metros lisos de los Juegos de Londres de 2012 donde Usain Bolt demostraba ser de otro planeta.
Sin embargo, lo que más me gusta de las Olimpiadas son las historias de superación. Esas en las que el protagonista no es el que gana. Es el que pierde, pero lo hace demostrando valores o humanidad.
El último vídeo que vi fue el del corredor de 110 metros vallas de Haiti, Jeffrey Julmis, quien en la semifinal de los Juegos de Río 2016 tropezaba en la primera valla y caía estrepitosamente. El atleta tardó en incorporarse. En ese tiempo los velocistas competidores ya habían traspasado la meta, pero lo que hizo grande a Julmis fue retomar la carrera. Él solo. Comenzó a correr saltando los obstáculos con cierta lentitud, pero con toda la dignidad de quien lo intentó pero que, por causas circunstanciales, no logró el resultado esperado. Esa carrera la acabaría ganando el español Orlando Ortega pero casi 10 años después el protagonista del vídeo y de quien se acuerda la página Olympics es de Julmis.
Esta imagen me recuerda a la escena final de la película Dunkirk (atención que viene espoiler) cuando los soldados británicos que han debido ser rescatados en el puerto de Dunquerque (Francia) tras haber fracasado en la famosa batalla ante los alemanes en plena II Guerra Mundial regresaban a Londres en tren. Los dos protagonistas se empiezan a esconder porque creen que la población los va a tachar de perdedores. Pero, sin embargo, la propaganda británica vendió este episodio como un gran logro del ejército y de la población en general que fue a buscar a sus soldados y los trajeron vivos. Estos soldados fueron recibidos como héroes. Volver era una victoria.
Quiero decir con todo esto que a veces lo que se ve como un fracaso puede dar un vuelco y se puede traducir, si no en una victoria, sí en un episodio puntual que sucedió porque tenía que suceder.
Todos hemos tenido circunstancias duras en nuestra vida y en el momento que sucedieron parecía que nos tragaba la tierra. Pero luego el tiempo empieza a pasar; a trabajar y a colocar cada cosa en su sitio y lo que parecía el fin fue simplemente la circunstancia que te obligaba a retomar el camino; a levantarse como un boxeador que hubiera ‘besado la lona’ y que decide no dar el combate por perdido.
No quiero lanzar un mensaje en plan moralista, pero sí decir que con el paso del tiempo las grandes adversidades que lograron ser superadas son las que deben hacernos sentir orgullosos. Porque fuimos capaces de levantarnos y porque la vida puede darte nuevas oportunidades. Casi siempre buenas oportunidades.