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Cuidadores

Francisco Pomares

 

Una ministra habló hace pocos días de los muertos que se producen en residencias de ancianos, pero no informó del número de ancianos que viven en ellas. Y eso permitió a algunos medios hacer una presentación terrorífica de lo que había sucedido. La Fiscalía del Estado recibió el encargo de investigar los casos descubiertos por el Ejército, dos ancianos muertos que seguían en sus camas cuando los efectivos militares se personaron en dos residencias diferentes. Al final, la Fiscalía ha optado por dejar que sean las fiscalías provinciales las que hagan el trabajo, y en eso se está. Por supuesto que pueden haberse producido negligencias en las residencias. Son situaciones de abandono y desatención, de maltrato o de servicios pésimamente prestados, y que nos descubren que algunas residencias funcionan como auténticos aparcaderos. Con la tensión añadida que supone para cuidadores y personal sanitario una enfermedad que se ceba en los mayores, pero afecta a todos, es probable que se hayan producido situaciones indeseables.

 

Pero generalizar supone una extraordinaria injusticia: miles de cuidadores en todo el país están actuando con absoluta profesionalidad, entrega, competencia y sentido del sacrificio, afrontando riesgos por los que no se les paga y soportando la indigencia de medios, mientras las autoridades siguen más pendientes de resolver otros problemas también muy urgentes, como la escasez de material de protección en los centros de salud y hospitales de toda España, o la incapacidad de prestar la adecuada atención a esas decenas de miles de pacientes que más la necesitan, y que han desbordado en las regiones más afectadas la capacidad de las UCI.

 

Afortunadamente, tras dos semanas de mucho descontrol, errores y chapuzas, parece que algunas cosas empiezan a hacerse mejor: en los primeros días, las situaciones más difíciles se concentraron en las UCI, y nadie pareció prestar atención al peligro que se corría en las residencias, especialmente en las más grandes, donde el contagio podría extenderse con más facilidad y hacer muchísimo daño en muy poco tiempo. Pero varias residencias con pacientes infectados ya han sido desalojadas, reinstalados en otras dependencias sus huéspedes y ya se está distribuyendo parte del material necesario para proteger a los ancianos y a sus cuidadores.

 

 

Falta muchísimo por hacer, pero los relatos exagerados y siniestros no ayudan, ya es de por sí bastante cruda la realidad: esta enfermedad no va a vencerse en quince días, ni siquiera en unos pocos meses. Cuantos más contagios evitemos con el confinamiento -imprescindible para evitar que el colapso del sistema sanitario duplique el número de muertos- menos se desarrollará la inmunidad y más duro y destructivo será el regreso del virus en invierno. Hasta que podamos vacunar a todo el planeta -y eso puede tardar de año y medio a dos años- la enfermedad no estará del todo derrotada. Conviene tenerlo presente y no alentar más aún el miedo o el rechazo: cada tarde, cuando aplaudimos a esas personas que se la juegan en primera línea, porque esa es su obligación, su vocación y el trabajo para el que se han preparado, conviene recordar que muchos de ellos no son sanitarios, sino cuidadores que soportan los mismos riesgos, y en los que se piensa muy poco.

 

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