PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Delito por incoherencia

Por Alex Solar

 


Se habla mucho de la “coherencia” en estos días, en este país que es muchas cosas menos coherente y en “el que todo es mejor”, como dice el artista británico James Rhodes residente en Madrid desde 2017. Por cierto, el músico que ha adoptado España dice también que le llama la atención “la asombrosa capacidad de insultaros los unos a los otros” en la lengua cervantina que admira.


Por ejemplo, yo no veo coherencia alguna en las manifestaciones de Willy Toledo sobre la libertad de expresión y su adoración ciega al régimen cubano, donde precisamente los artistas e intelectuales han sufrido una feroz represión desde hace más de medio siglo. Toledo debería documentarse más, leer al exiliado Cabrera Infante que acuñó entre sus títulos geniales “Delito por bailar el chachachá”, metáfora del fin de una época en la que la vida podía vivirse a otro ritmo en esa isla olvidada de la mano de Dios. Y lo digo como otra metáfora o frase hecha, más bien, ya que soy ateo y no pienso que deban pedirse responsabilidades a un ser divino por lo que los hombres y nada más que ellos son capaces de hacer sin su intervención pero a veces en su nombre.


Tampoco veo coherencia alguna en las leyes de esta democracia, que penalizan expresiones como las de Toledo y ese rapero que no deseo mencionar, porque se estará frotando las manos cada vez que lo hacemos. Baste saber que este pseudo músico y pseudo creador es uno más de los muchos condenados por delitos similares en los últimos tiempos, en los que parece que abrir la boca para decir como en el famoso cuento de Andersen que la realeza va desnuda es jugarse la cárcel o los cuartos con una cuantiosa multa. Vale, el Rey (emérito) no “iba de putas”, sino a a una cita con su última amante en el malogrado safari del que habla.


¿Qué es realmente “libertad de expresión”? El periodista liberal y anticomunista Fernando Díaz Villanueva lo definía de la siguiente manera : “es la capacidad de un individuo o un colectivo de decir y difundir cualquier tipo de información siempre y cuando no sea calumniosa, es decir, siempre que no estemos imputando a un individuo un delito que no ha cometido”. Y agrega que “ la libertad de expresión incluye los infundios y las ofensas” porque “a diferencia de las calumnias , que son perfectamente objetivables, no sucede lo mismo con las ofensas”. Este último punto es clave para determinar qué es punible y que no lo es.


En la hemeroteca hay muestras de insultos provenientes de plumas muy conocidas del periodismo nacional y que recoge el periodista Alex Grijelmo en “El estilo del periodista” (1997) : “Cebrián no es consejero de PRISA, es la puta gastona y consentida de Polanco” (Martín Prieto, en El Mundo, junio de 1996). “Lo que le pasa a Javier Tusell es que le falta pesquis, tiene el talento romo o nonato y se halla inmerso en una charca perenne de estupidez” (Jaime Capmany, en Abc, marzo de 1997).


“Después vino el festival Fin de Curso que preparan, año tras año, los profesionales de TVE bajo el epígrafe Telepasión …A este respecto pudimos comprobar que continúan cantando con el culo”. (Fernando Martín, en El País, diciembre de 1994). Como apunta Grijelmo el insulto puede asumir características subliminales, igualmente destructivas. En la campaña electoral de 1996, el Partido Popular y sus plumíferos hablaban siempre no del “presidente del Gobierno” sino de “el señor González”.


No se insulta más por ser grosero, directo o hasta odioso. En mis años mozos menorquines había un grupo llamado “Maladied’Amour” capitaneado por el poeta y cantautor Jordi Odrí que proclamaba a voz en cuello que había que asesinar a los turistas extranjeros, que eran invasores similares a los marcianos (“Mata guiris en Son Bou). Todo el mundo les reía la gracia en las verbenas populares y nunca pasó nada, nadie degolló a un “guiri”. Como nadie en su sano juicio matará a un Guardia Civil porque se lo mande un rapero gilis , porque los paletos con escopeta de Puerto Hurraco y los atracadores como El Solitario no necesitan motivaciones, actúan de motu propio. Y esos sí que merecen que los metan al trullo y tiren la llave.

 

 

Comentarios (0)