Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

La noticia del día es el regreso del fontanero: Iván Redondo reaparece ante el gran público, tras un laaaargo periodo de ostracismo provocado por su entrevista kamikaze con Évole, En política hay muertos que nunca acaban de morirse. Redondo demuestra ser uno de ellos: el que fuera fontanero principal de Moncloa, el hombre que durante años escribió la partitura con la que Pedro Sánchez afinaba relato de supervivencia, y terminó despedido con la puerta en las narices, porque el César puede ser muy desagradecido con el talento. Pero aquí lo tenemos otra vez. De vuelta. Sintonizando con su antiguo señor como si nunca se hubieran peleado. Diría que se trata este encuentro de un matrimonio de conveniencia. Sánchez necesita recomponer el relato, y para tejer ese cesto, no existe nadie con más mimbres que Redondo. Llevaba años asesorando a personal de provincias: volver al mercado de la Villa y Corte debe sonarle a triunfo.

 

La mejor prueba de su nuevo destino no la anuncia un gesto, ni una filtración interesada, o una foto de pasillo al estilo de la del cómplice Aldama: la ofrece el último sondeo de su empresa demoscópica. La encuesta al PSOE – si ahora se convocaran elecciones- en mejor posición de la que el mismísimo Tezanos –interprete oficial de las vísceras de oca del sanchismo– atribuye al partido de su antiguo y nuevo empleador. Redondo engrasa la maquinaria de su relevo. Y lo hace con un pronóstico que suela a magia: el PSOE será con diferencia el partido más votado de España en las próximas elecciones. Redondo hace coincidir el resultado con la expectativa de Sánchez: no sólo queda partido por jugar, es que el partido lo va a ganar él, y sin necesidad de sudar la camiseta ni mojarse mucho el culo. El truco es que van a ser otros los que metan los goles por él: por un lado, la división de la izquierda a la izquierda del PSOE le va a regalar a Sánchez casi una veintena de diputados que huyen del nada glamuroso derrumbe de su vicepresidenta chic, abandonada a su suerte frente a las fieras de Podemos. Por otro lado, la publicidad gratuita sobre Vox debilita al PP y lo hunde en la miseria. Es verdad que Feijóo podrá gobernar, pero tendría que hacerlo echándose en brazos de un Abascal cargado de triunfos, que superará ampliamente los 70 diputados.

 

Es el sueño de Sánchez, trasladado a prospección: la ultraderecha vampiriza al PP y asusta a los votantes moderados, y la izquierda paleolítica se deshace en sus entretenidos juegos caníbales, permitiendo que Sánchez recupere el liderazgo. Coincide con lo que Sánchez desea: como ganador de las elecciones, podrá mantenerse al frente del PSOE, movilizar la calle y esperar la implosión de un Gobierno insostenible entre la derechita acomplejada y cobarde y los comeniños de Abascal.

 

Porque las paradojas de la demoscopia cuántica no engañan: aunque el PSOE quedara primero, el resultado de unas elecciones hoy sería un Gobierno de derechas fuertemente escorado a posiciones conservadoras. Vox obtendría un resultado extraordinario, a costa de merendarse la periferia cabreada del PP, y Sumar desaparecería de la ecuación, permitiendo a los socialistas captar una parte sustancial de sus votos. En cuanto a Podemos, ese fantasma que Sánchez enterró tantas veces, se convertiría en el partido más votado a la izquierda del PSOE, aunque reducido a los tres diputados que ya tiene, por debajo incluso de un Sumar extinguido. El retrato resulta grotesco, pero describe perfectamente la apuesta de Sánchez y refleja el estado mental de un liderazgo caduco pero amarrado a una voluntad de supervivencia. Lo peor es que lo que imagina Sánchez y Redondo nos presenta, no está necesariamente tan lejos de lo que puede pasar. Este país se divide desde hace años en la confrontación entre dos bandos irreconciliables, en los que el personal prefiere votar a los suyos corruptos antes que dejar que gobiernen los otros. Ocurrió con el PP, y ocurre con el PSOE.

 

El fontanero que nos escribía la historia en Moncloa ha vuelto a escribirla ahora desde fuera, con el mismo método de siempre: convertir la debilidad en relato de fortaleza.    La política española lleva años gobernada por la demoscopia, más que por la realidad. Las encuestas dejaron de ser instrumento para medir la opinión y se transformaron en herramienta para moldearla. En esa lógica se mueve el sondeo del fontanero: no se trata de describir el país, sino de dibujar y hacer creíble un país en el que Sánchez siga siendo referencia inevitable. Da igual que la suma parlamentaria dibuje un futuro de gobierno conservador. Lo importante es que la narrativa coloque a Pedro en el tablero al frente de una victoria que es –en realidad- es sólo la suma de varias derrotas ajenas.  La historia del sanchismo se ha escrito siempre así: relatos contra realidades, encuestas contra votos, titulares contra hechos. Pero las paradojas de la demoscopia tienen también su fecha de caducidad. En algún momento, la realidad se impondrá: y ni siquiera el mago de los fontaneros podrá evitar que se produzca un cambio de ciclo.


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