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Desarrollo moral vs desarrollo digital

 

Por Gloria Artiles

 

 

El vídeo donde aparecen varias adolescentes lanzaroteñas agrediendo a otra, que en cuestión de horas se hizo viral en las redes sociales, merece que cada uno de nosotros levante un mea culpa y ofrezcamos una disculpa sin paliativos a las generaciones más jóvenes que están recibiendo de los que nos consideramos adultos ya maduros –lo último es un decir-, una visión del mundo con parámetros morales bajo mínimos. Y expresarlo así es un eufemismo, por no llamar a las cosas por su nombre. Para ser franca, yo diría directamente que al menos una parte de esta sociedad de la que nos sentimos tan orgullosos por sus adelantos materiales, científicos y tecnológicos, está simplemente empobrecida por dentro: me refiero a los principios auténticamente humanos, a la capacidad de justicia, bondad y compasión, entre otras, que residen en las profundidades de cada individuo y de cada cultura. Debe de ser que el desarrollo material, como es objetivo, se puede ver por fuera, pero el desarrollo moral, como está dentro, es más difícil de detectar, a no ser que termine saliendo la podredumbre a la superficie a través de actos tan repulsivos como los que aparecen en el vídeo.

 

 

Por eso me muestro completamente partidaria de que esas imágenes (ocultando por supuesto cualquier rastro de la identidad de las menores) salgan a la luz y nos las pongan delante de nuestras narices a toda la opinión pública, para restregarnos ante la cara que hay una parte de esa próxima generación de nuevos jóvenes adultos, sobre la que hemos debido de volcar una evidente degradación moral para que actúen de esa forma. Porque todos nosotros tenemos nuestra parte alícuota de responsabilidad, por acción u omisión. Basta con que profundicemos un poco más adentro de nosotros mismos y nos fijemos en las faltas de respeto y ausencia de consideración a la dignidad de nuestros semejantes que vemos por doquier en prácticamente todos los ámbitos de esta sociedad tan “avanzada” en la que vivimos.

 

 

Si rascamos un poco, lo vemos en los programas de telebasura que son auténticos vertederos morales, donde todo el mérito que simboliza el éxito social se basa en destripar, por fama y dinero puro y duro, las andanzas sexuales que tuvieron con un ex o mostrar un físico exuberante acompañado de escasa masa cerebral o nula preparación profesional. Lo vemos en las actitudes de ciertos políticos que, movidos por su demostración de poder –lo que pone de manifiesto en realidad su verdadero valor moral de referencia- y no por su vocación de servicio público a la ciudadanía, no dudan en engañar, manipular, juzgar de forma implacable o usar el ámbito personal para dañar al adversario, al que consideran un enemigo objeto de su odio y a quien hay que destruir.

 

Lo vemos en la pasmosa indiferencia de muchos de nosotros ante las desigualdades sociales, las injusticias y el sufrimiento de la población más desfavorecida, a la que también tenemos muy cercana por cierto, aquí mismo en Lanzarote y no sólo en otros lugares más lejanos donde están pasando auténticas tragedias. Por no hablar de que hay que reconocer que, en términos generales, hemos creado una sociedad pueril, bastante superficial y poco reflexiva. Lo vemos en algunos adultos infantilizados quienes ahora les da por medir el triunfo personal por estar a la última en las nuevas tecnologías, los últimos iPad del mercado, y el número de cuentas que tienen en los Facebook, Twitter, Instagram y resto de redes sociales varias: mucho bla bla bla,, mucha apariencia, pero poca hondura. 

 

 

Tenemos un problema y, más pronto que tarde, todos nosotros tendremos que afrontarlo: pareciera que nuestro grado de desarrollo ético y humano fuera inversamente proporcional a nuestro nivel de progreso material y tecnológico. Sólo así se puede explicar que potentes herramientas digitales, como las redes sociales, indudables instrumentos de innovación que pueden ser muy útiles para la mejora del mundo en que vivimos, se usen para adquirir protagonismo a través de la violencia psicológica y física a otro ser humano. Y esto es gravísimo.

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