Domingo, 14 Diciembre 2025
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Guillermo Uruñuela

 

 

El silencio se apoderó del esférico y con él algo se murió en el verde. El fútbol ha perdido  gran parte de su esencia pasional desde que las butacas de los estadios descansan de su habitual cometido. Las gradas no rugen y el espectáculo se convierte en una especie de ópera insulsa donde la interpretación chirría por momentos.

 

Arrancó la temporada en Tercera División con el debut amargo de la UD Lanzarote. A día de hoy, es lo mejor que uno puede presenciar en nuestra isla y más allá del resultado, lo vivido en la Ciudad Deportiva en el estreno, no dejó de ser en una pachanga descafeinada porque los domingos tienen su particular ritual previo en los aledaños. Al desaparecer este, todo lo demás se diluye como las cenizas cuando se arrojan al mar. 

 

El balompié es de todos los deportes el menos caballeroso y ahí se encuentra a buen seguro su capacidad de atracción. En cualquier otra disciplina existen unos códigos tanto para practicantes como para seguidores. Todos se rigen, en general, por comportamientos corteses y no existen notas discordantes en la partitura. Los tenistas aceptan las derrotas y felicitan al contrario ante un acierto. El público guarda silencio en mitad del punto. En baloncesto se dan la mano y la gente no enciende normalmente bengalas en los pabellones. Algo similar ocurre en balonmano y fútbol sala. El golf se viste de seda, los deportes náuticos fluyen y los triatletas se esperan para entrar de la mano por la línea de meta.

 

Nada de esto ocurre en fútbol. Si así fuera, creo que nos apasionaría lo mismo que una hamburguesa con agua. Y el Covid ha refrendado todo esto que les comento al vaciar las gradas y sosegar a los guerreros que se visten de corto.

 

Para ganar partidos hay que perder tiempo. Hay que engañar con la listeza suficiente. Hay que frenar el choque cuando vas ganando. Se tienen que perder los balones de los recogepelotas. Los jugadores  tienen que fingir lesiones, es decir, hacer trampas. Y también es necesario y útil tener una grada que genere exaltación en los futbolistas; tanto en los de casa como en los de fuera.

 

No quiero posicionarme y decretar si esta manera de proceder es correcta a nivel moral. Sólo pretendo explicar cómo funcionan las cosas en el cuadrilátero.

 

Un día antes de esta derrota que les cuento de la UD Lanzarote, llegó un clásico en el Nou Camp sin público en el anfiteatro blaugrana. Lejos quedan esos choques broncos llenos de comportamientos pandilleros en los que las bofetadas y las patadas estaban presentes a cada minuto. Y la gente se encendía y quería más. Nos enganchó a todos aquellos capítulos con tintes bélicos porque así de barriobajeros somos los futboleros.

 

Los domingos sin fútbol fueron menos domingos  pero la versión que tenemos ahora es tan ligera e insípida que sólo le faltan las palmas, el incienso y la borrica para convertirse en el Domingo de Ramos. 

 


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