Viernes, 05 Diciembre 2025
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Mar Arias Couce

 

Calzo un 37-38, aunque según cumplo años tiendo más al segundo que al primero, aunque me baile el pie. Ya no tengo ganas de apreturas. Sé que esto no les importa en absoluto, pero es un dato preciso para explicar lo que voy a contar a continuación. Venía de mañana a la Redacción, que se ubica en el Gran Hotel, y a la altura del Reducto, me salió de frente, en plan Duelo al Sol, una cuca superlativa. Me suelen decir que soy exagerada, pero de verdad que en mi óptica medía la mitad de mi zapato, o eso me pareció. Allí nos quedamos las dos. Ella impasible, ocupando media acera. Yo, literalmente aterrorizada, valorando si rodearla, aunque eso supiera un rodeo considerable, o caminar hacia atrás y hacerme la loca. Para los que estén pensando en la posibilidad de haberle dado un pisotón, eso no era ni siquiera una opción. Ni con todo mi peso hubiera podido aplastarla. Era el titán de las cucarachas y, además, debo decir que sólo pensar en el sonido que haría al espachurrarse… se me ponen los pelos de punta.

Así las cosas, y teniendo en cuenta que, de seguir allí parada no iba a llegar al trabajo, opté por dejarle paso e irme yo por otro lado, pero seguí mi camino mirando hacia atrás por si aquel híbrido de insecto y hámster o conejillo de Indias, me seguía.

No fue el caso, pero yo me fui rascando hasta llegar a la Redacción. Lo cierto es que me sentí aterrorizada. Sí, sí, sé que suena exagerado, sobre todo para una persona que se lee los libros de terror y devora las películas de miedo como si fueran pipas, pero es que ese miedo, es distinto. Es disfrutón. Lo de ese super bicho con aspecto de extraterrestre polimorfo mirándome a los ojos, digo yo porque a saber a dónde miraba, es un terror primigenio.

Una vez, hace muchos años, encontré a una de ellas, sería la tatarabuela de ésta porque el tamaño también era considerable, en mi baño. Serían las diez de la noche. Mi marido, que entonces era fotógrafo del Lancelot, estaba en Yaiza cubriendo un Festival folclórico. Ella había tomado posesión de una esquina y no se movía. Salí del baño, cerré la puerta, puse una toalla por el suelo para evitar fugas y conseguí aguantarme hasta que llegó a las dos de la mañana, encontró al bicho y lo sacó de allí. Creo que ni le saludé, pobre.

Ahora vivo más tranquila porque tengo dos felinos de tamaño considerable y se debe haber corrido la voz entre la comunidad porque no se cuela ni una, ni de casualidad. Saben que ahora tengo guardaespaldas. Aún así, desde entonces, cuando vengo a trabajar voy mirando al suelo. Empiezo a valorar traerme los gatos al trabajo. Para que sepan con quién se la juegan.

 


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