Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Entre el 16 de mayo y el 13 de julio de 2025, el Instituto de Salud Carlos III y el Ministerio de Medio Ambiente han atribuido casi 1.200 muertes al calor extremo, lo que supone un aumento del 1.300 por ciento respecto al mismo periodo de 2024, cuando se registraron sólo 114 fallecimientos atribuidos al calor. Además, en julio pasado se reportaron hasta 1.060 muertes por altas temperaturas, un aumento de fallecimientos del 57 por ciento con respecto al anterior mes de julio. Según los registros, el mes pasado ha batido el record histórico de muertes atribuibles al calor.  Es cierto que las fuentes son bastante variables, pero en total, se estima que este año y hasta el inicio de agosto de 2025 se llegaron a contabilizar entre 1.500 y 3.255 muertes atribuibles al calor, dependiendo del periodo analizado y la fuente consultada.

 

Por supuesto, los medios no podían dejar pasar la oportunidad de vincular el asunto de esa avalancha mortal al cambio climático, eufemismo que usamos para no referirnos al calentamiento global, el verdadero problema al que se enfrenta el planeta. Hay una tendencia creciente a vincular estas muertes al calentamiento, y un recurso constante al alarmismo: en lo que va de 2025, en España se han emitido 76 alertas rojas por calor, frente a ninguna en 2024 (nos estamos acostumbrando a normalizar las alarmas, a convertirlas en un recurso político); y además se han medido récords y máximas que alcanzaron hasta 43 grados en regiones como Extremadura, Galicia, Asturias o La Rioja.

 

Probablemente es cierto que el calor está matando más gente que nunca en España. Pero –sin restar importancia al impacto del aumento de la temperatura en los fallecimientos-, el análisis no esta completo si no se manejan datos. Por ejemplo, que la mayoría de las muertes no se deben a golpes de calor directos, sino al agravamiento de enfermedades cardíacas, respiratorias o crónicas en personas mayores de 65 años (más del 95 por cierto de los fallecidos), de los que cerca del 60 por ciento son ancianas. En comparación con EEUU, en Europa y España el uso del aire acondicionado es limitado, lo que aumenta el peligro de exposición de esos grupos al calor. Si a eso le unimos una presencia cada vez mayor de personas ancianas en nuestra pirámide demográfica (tiende a ir pareciéndose a una columna), entenderemos ese aumento constante de personas potencialmente afectables por un calor extremo.

 

Pero hay otros elementos que puedes ayudaros a fijar el alcance real de la situación. Por ejemplo, el número de fallecidos por frío extremo. Se dan las mismas circunstancias, la mayor parte de quienes fallecen son personas mayores, y con patologías previas. Pero las cifras son aún más alarmantes. La revista The Lancet atribuye a España aproximadamente 22.500 muertes al año por frío, frente a unas 4.400 por calor. Esos datos son cuestionados por Medio Ambiente, aunque el Gobierno reconoce más fallecimientos por frío que por calor. Otros cálculos señalan que el 8,5 por ciento de todas las muertes están vinculadas a temperaturas frías, mientras menos del uno por ciento tienen que ver con el calor extremo. Y parece constatarse que -a pesar de que el frío causa más muertes que el calor-, el calentamiento está modificando esa lógica: las muertes por calor aumentan. Las proyecciones de la Comisión Europea anticipan un fuerte crecimiento de los fallecimientos por calor hacia 2100, mientras las muertes por frío disminuirían ligeramente. Estamos halando de un horizonte muy complicado para el cambio de siglo, dentro de dos generaciones. Pueden y deben adoptarse medidas que enfrenten el cambio climático, y también mejoras de los sistemas de calefacción y refrigeración para evitar decesos adelantados.

 

Los medios tienden a dejarse arrastrar por las urgencias y simplificaciones del discurso político. Es verdad que el clima nos mata, pero lo que más gente sigue matando, es la vejez y las enfermedades que la acompañan.


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