Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Ya puestos, en el peor de los momentos de su vida política, con el fiscal condenado, dos secretarios de organización y el ejemplo para la militancia pasados por prisión, y su familia más directa (señora y hermano) en el foco por lo del enchufe y lo de Air Europa, Pedo Sánchez ha decidido que esta legislatura va de romance tóxico: él se arrastra, se adorna, se declara; y Junts le responde con la escasa elegancia de una patada en la espinilla. Los neoconvergentes, que inventaron el regateo sentimental como arte político, sienten la obligación moral de despreciar cada gesto, pero –ojo, son el partido heredero del pujolismo- no renuncian a coger, a hurtadillas, lo que les venga bien.

 

El Consejo de Ministros aprobó el martes un real decreto que flexibiliza inversiones de ayuntamientos y amplía plazos para la facturación digital de las empresas, retrasando un año la aplicación del famoso veri*factu, una petición de Junts por encargo de la tropa empresarial de Foment. Después de humillarse públicamente, confesando incumplimientos y cuernos como si esto fuera una tercera cita de ‘First Dates’, Sánchez adorna con guirnaldas al pretendiente, y arroja flores de estación al balcón de Waterloo. Y justo cuando el galán monclovita levanta la vista esperando una sonrisa cómplice, un guiño, un beso volado desde Ginebra, confirmado por el mediador internacional, sale esa guerrera vikinga que en sus ratos libres ejerce de secretaria general de Junts y le tira un macetón al guapo Pedro a la cabeza: “No hay negociación a día de hoy y no va a haber negociaciones”. Traducido directamente del catalán: “no nos importa lo que hagas, pero no dejes de llorar por nosotros”.

 

A Sánchez le gusta eso de exhibirse como amante sufriente; no le salió del todo mal cuando se presentó como enamorado de la propia, y esperaba ganarse al del flequillo playmobil sin mucho esfuerzo. Pero Nogueras ha reaccionado como diva ofendida que se pinta el cuello con desprecio estratégico: “Lo aprobado no demuestra que no pudieran, sino que no querían”, dijo. Y dejó visto para sentencia este cortejo ridículo en el que el rechazador presume de independencia, recoge caramelitos de menta con la mano a la espalda, y el hombre enamorado finge autoridad mientras suplica no ser pasto de abandono.

 

Se trata de una mala película, un romance con guion repetido: Junts proclama que solo trabaja para Cataluña, que nada obtiene gratis y que el Gobierno español incumple sus pactos —verdad derivada de aquella otra: no hay pacto que pueda cumplirse si el requisito es la humillación permanente. Lo que Sánchez llama diálogo, Puigdemont lo acepta sólo como servidumbre. Porque el negocio de Junts no es lograr concesiones -que también- sino mantener el relato del desprecio: os necesitamos, pero os repudiamos, y cuanto más os arrastréis, más caro os va a salir lo nuestro.

 

Junts actúa como el personaje que dice “no necesito nada” mientras recoge bajo la mesa la tarjeta con que pagar la cena. Declara ruptura oficial pero votará lo interese, negociando en los pasillos, y cobrando canonjías que se presentan como victorias del espíritu nacional frente a los entregaditos de Esquerra. El cortejo es ridículo, más que nada, porque el desenlace carece de suspense: una mano extendida, o una respuesta exabrupto –“con nosotros ni agua”, y maniobras orquestales en la oscuridad, lejos de las cámaras. Nogueras clama que “no hay negociación”, y Bolaños admite que “España es mejorable”.

 

Esta es la liturgia: una parte se declara culpable y promete hacerlo mejor; la otra afirma que no perdona y exige más penitencia. ¿Qué otra cosa podría hacer quien ya exteriorizado su absoluta superioridad emocional? El pretendiente suspira contrito, y el público asiste al ritual entre la náusea y el cachondeo.

 

En fin: Puigdemont, elevado a tótem moral con la anécdota de su provinciano exilio, juega al hard to get más largo de la historia democrática. Catorce veces ha negado declaraciones públicas de acercamiento para, acto seguido, permitir que lo que conviene salga adelante. Negar es su principal sistema para cobrar. No decir “sí” le resulta más rentable que decirlo. Quizá Sánchez soñara con recibir a un Arzalluz, pero Puchi, más que un socio es un acreedor.

 

Coda romántica: el cortejo continuará. Sánchez se presentará con más decretos, más anuncios sociales, más perdones implícitos. Los de Junts continuarán negándolos todos. Dirán que no se mueven ni un milímetro, aunque a cambio de inversiones, tratos fiscales o fotos estratégicas -esa mitológica instantánea del president prófugo con el presidente cautivo-  acabarán moviéndose lo justito para sostener unos meses más esta legislatura arrastrada. Sánchez mendigará cada gesto, cada silencio, cada abstención, y pagará con bloques de oro macizo. No habrá ruptura sino un cortejo interminable: no te quiero, nunca te querré… pero dame otra flor. Y la foto. Ésa foto. La foto del Estado arrinconado.


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