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El dilema del PSOE

Por Francisco Pomares

Publicado en El Día

 

Según los sondeos, la opción de Gobierno elegida mayoritariamente por los ciudadanos españoles es un acuerdo de izquierdas: un Gobierno integrado por Unidos Podemos y el PSOE. Algunos se escandalizan ante esa preferencia de los españoles, de una lógica apabullante: los votantes de Podemos quieren ver a Podemos en el Gobierno -con Iglesias como presidente- y los del PSOE -que también son votantes de izquierda y centro izquierda, aunque no lo crean los votantes de Podemos- prefieren un Gobierno de izquierdas a uno de derechas. Es tan obvio que parece de Perogrullo. Lo que ocurre es que lo que la mayoría de los ciudadanos quieren, no suele ser -casi nunca- lo que al final ocurre, excepto si se producen las hoy denostadas mayorías absolutas. En diciembre, los votantes de Podemos y los del PSOE también eran partidarios de un Gobierno de izquierdas y éste no se produjo, entre otras cosas, porque no había votos para que saliera. Tras el 26J va a ocurrir lo mismo: no habrá votos suficientes para un Gobierno de izquierdas sólo con Unidos Podemos y el PSOE. Para sumar será necesario contar con el apoyo de Esquerra Republicana, Bildu, y el resto de las fuerzas secesionistas, porque los partidos moderados -tanto nacionalistas como nacionales- ya han dejado claro que no apoyarán un Gobierno en el que participe Podemos.

 

Corresponde pues al PSOE decidir qué hará: hay quien cree que la posición del PSOE contraria al fraccionamiento territorial está grabada a fuego en sus ciento y pico años de historia nacional. No es cierto: a lo largo de su historia política más que centenaria, el PSOE se ha debatido siempre entre dos pulsiones: la que marca la E de español, y la que marca la S de socialista. El PSOE de la etapa republicana se rompió en dos bloques enfrentados -uno partidario de colaborar con los republicanos moderados, que lideraba Indalecio Prieto- y otro partidario de la colaboración con los comunistas, a su vez dividido en las facciones de Largo Caballero y de las Juventudes Socialistas, que acabaron por ser absorbidas por el PCE en la Juventud Socialista Unificada y el Partido Socialista Unificado de Cataluña. En muy grandes líneas, podría decirse que la división del PSOE y sus errores en la gestión de su relación política con los comunistas provocaron su desmantelamiento e inanidad como fuerza política nacional, sobre todo en la etapa final de la guerra civil. La división del PSOE fue uno de los factores clave en el desarrollo de la tragedia. Y se mantuvo hasta principios de la década de los 70, cuando grupos de jóvenes socialistas sevillanos, madrileños y vascos comenzaron a pasar de los pleitos del pasado y reinventaron su partido. La recuperación del PSOE como instrumento político de la democracia no se produjo hasta Surennes, gracias al apoyo y tutelaje de la socialdemocracia europea, y a una definición claramente nacional de sus políticas. Ahora, cuarenta años después de aquella resurrección, un PSOE envejecido y anquilosado se ha dejado robar su ideología y sus propuestas de izquierda, empaquetadas ahora en un lujoso catálogo de Ikea por un grupo de audaces aventureros leninistas. Y algunos de sus actuales dirigentes coquetean con la línea roja de la unidad del país.

 

Marx escribió en su "18 brumario" que "la historia se repite; primero como tragedia, y después como farsa". Frente a quienes creen que España va camino de una nueva tragedia, yo creo que avanzamos cada vez más en dirección a la farsa. Una farsa muy parecida a la que se vivió tras las elecciones de diciembre.

 

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