PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

El Dr. Lemes y la Dra. Salchipapas

Por Guillermo Uruñuela

 

En pleno confinamiento uno valora especialmente los pequeños gestos. Ya en circunstancias normales son agradables de percibir pero en un encierro aún cobran mayor protagonismo. Como la realidad en cierta manera se encuentra estática e inmóvil hemos derivado nuestra suerte a la tecnología. Todo cuanto necesitamos, menos comprar tomates, se tiene que realizar a través de un teléfono o un ordenador.

 

Ante la duda de un posible contagio por haberme mantenido durante algún tiempo expuesto, me puse en contacto con el teléfono ofrecido por la administración pública para resolver algunas dudas sobre mi estado de salud.

 

Un contestador automático me fue dirigiendo por el sendero hasta llegar a facilitarme una cita telemática con mi médico de cabecera. Era medio día y cuatro horas después recibiría noticias a través del celular.

 

Antes de lo previsto;  una hora exactamente, atendí a un número extraño. Soy del Dr. Lemes. Se presentó cortésmente para acto seguido realizarme una serie de preguntas sobre cómo habían sido mis dos últimas semanas. Lo primero que podría describir fue su educación y cariño; porque hay profesionales que son tan buenos en lo suyo que son capaces de tranquilizar incluso sin verte ni tocarte, solo con la forma en la que se expresan. Creo que es una de las mejores virtudes que puede poseer una persona que se dedica a la sanidad. Contar con un tacto especial, a sabiendas, que su día a día se desarrolla con personas que se encuentran en un punto de vulnerabilidad alto. Esa, y escuchar al paciente.

 

Me comentó que él era el encargado de dirigir el protocolo de los pacientes infectados, o algo así, y me recordó que el doctor asignado para mi caso me llamaría en un rato. Y así fue.

 

La Dra. Salchipapas, llamémosla así, sin ser mi médico de cabecera me saludó seca y cortante. Nada más pulsar el botón verde detecté que, más allá de sus conocimientos –no tengo capacidad para valorarlos- era una profesional bastante peor.

 

Me presenté y al poco me interrumpió, cuando sólo quise explicarle mi situación particular que tenía ciertos matices que consideraba importantes acerca del tiempo que estuve activo durante el estado de alarma. Me frenó con una frase que no recuerdo pero que venía a expresar algo así como, “no me cuentes tu vida”. Ni ganas de ello tenía. Fue desagradable, poco precisa e incluso podría decir que maleducada.

 

 

Con ello se cerró mi capítulo coronavírico que parece haber quedado en nada pero al concluir la conversación me di cuenta de las grandes diferencias que pueden llegar a existir entre un buen o mal profesional sólo por la predisposición al trabajo. Y nada; sólo quería contarles esta anécdota sin ningún fin particular.

Comentarios (2)