Viernes, 05 Diciembre 2025
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Miguel Padrón

 

El género musical hip-hop surgió en la década de los 70. Concretamente en el barrio del Bronx, en Nueva York. Un movimiento cultural y social que se usaba como protesta. Este abarcaba varias disciplinas complementarias a la música, como el breakdance o el graffiti. Los raperos, quizás extintos de talento vocal, utilizaban sus letras para reivindicar sus derechos. Algo que empezó como “anécdota” en Estados Unidos, consiguió trascender en el tiempo hasta convertirse en toda una cultura impulsada por los afroamericanos. Uniéndose a varios géneros que ya requerían un conocimiento musical más profundo como el r&b, jazz, gospel o el soul. Hasta denominarse ampliamente como música negra. Los pioneros, demostraban en su forma de escribir, en los videoclips, o en la ropa, un estilo de vida. Crudo e incluso sectario.

Hoy en día, no paro de oír el término que supuestamente engloba “música urbana”. Un concepto súper general y diluido. Este se atribuye a prácticamente cualquier tipo de género o cantante que repercute de forma autodidacta en redes sociales. Los artistas más escuchados en las plataformas online, a nivel hispanoparlante, suelen regirse por un mismo patrón. Aprovechando que, aprender a rapear lleva menos tiempo que aprender a tocar un instrumento o cantar. Lo que este fenómeno ha conseguido es que “artistas” con múltiples seguidores en redes sociales, hayan logrado hacerse un hueco en la industria musical, a base de mostrar un rap cutre pasado por múltiples filtros de voz que demanda likes y followers, (no me pregunten porqué). Quizás sea por su descaro, una tendencia actual, letras que causan risa o simplemente la compra de bots. 

Esta “música urbana” la comparo con la comida basura, un menú de diez euros que puedes encontrar en cualquier franquicia de hamburguesas. Gusta a todo el mundo, porque es barata, sabrosa y fácil de digerir. Pero qué bien sé, que si la como a diario, acabaré con problemas de salud tarde o temprano. Con la reciente muerte del pionero del neo-soul D'Angelo y la rememoración de su discografía, pude poner en valor de nuevo lo que significa ser verdaderamente un artista musical, alguien que convive con la música desde bien pequeño y siente una verdadera pasión, sin esperar nada a cambio. Obras que se pulían durante años y que, se convertían en referencias atemporales.

Nos toca vivir en la época del scroll y el consumo rápido, y por desgracia, esto se está perdiendo. Y podemos extrapolar este problema a cualquier profesión. En este caso, los artistas urbanos, centran todas sus energías en destacar en redes y jugar el papel de ser influencers, como principal foco, luego ya, va la música. Algo que, como consumidor habitual, me enfada. Reggaeton, trap, rap, dancehall, afrobeat, dembow… cualquiera de estos géneros tiene cupo dentro. Múltiples pinceles para un lienzo más que saturado. Y que hace que solo quede en eso, un eco vacío, disfrazado de éxito. 

 


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