El futuro de Torres

Francisco Pomares
- Lancelot Digital
El PSOE canario ha optado por la discreción. Después de las apasionadas justificaciones de Nira Fierro al lenguaje escatológico de su jefe, se ha optado por no insistir mucho. Nadie quiere salir en la foto. En Ferraz, se mira hacia otro lado; en las islas, el desconcierto es absoluto. Torres sigue siendo ministro y secretario general, pero su autoridad política parece correr el riesgo de evaporarse. En Ferraz ya hay quien admite, sin alharacas, que su continuidad en el Gobierno es un lastre. En público, se invoca la presunción de inocencia; en privado, se habla de que no conviene exponer al partido a situaciones como las ya vividas con Ábalos. Y la Audiencia ha comenzado a escarbar en el caso de las mascarillas canarias…
Durante años, el liderazgo de Torres se construyó sobre la idea de la decencia. El secretario general de los socialistas canarios no es precisamente un político carismático, ni un estratega brillante, pero sí alguien fiable, con una imagen de honradez que contrastaba con el cinismo de la vieja guardia. Esa reputación, cultivada con paciencia, se ha desplomado en cuestión de semanas. Su defensa ha sido torpe: negar lo evidente, relativizar los indicios, refugiarse en el argumentario del PSOE nacional. Pero la sociedad canaria no perdona. Cuando se prolonga demasiado el silencio, huele a culpa:
El daño va más allá de su figura. El PSOE canario, que había logrado consolidar una base sólida de poder institucional, enfrenta ahora una crisis moral que amenaza con descomponer sus alianzas. Muchos de sus cargos locales, alcaldes y consejeros insulares incluidos, han empezado a tomar distancia, temerosos de que el escándalo contamine las elecciones de 2027. La desconfianza ha calado: el partido que presumía de ética se encuentra atrapado en el mismo pantano que antes denunciaba.
Quizás lo más grave no sea la corrupción en sí, sino el cinismo y la impunidad con la que se pretende gestionarla. Torres fue uno de los barones más leales a Sánchez, y el presidente paga esa lealtad con protección. La consigna es obvia: resistir, negar, aguantar. Pero el socialismo canario no puede seguir respirando bajo esa máscara. Hay un punto en que la disciplina se confunde con complicidad, y la lealtad con servidumbre.
El PSOE isleño, que alguna vez fue el partido de la renovación y la honestidad, afronta las consecuencias de haberse convertirse en una sucursal del sanchismo más cínico. Sin duda, Torres va a intentar aferrarse al cargo, pero su posición institucional es más desesperada que la de la mayoría. No es diputado, es miembro del Gobierno porque Sánchez decidió darle un hueco en su Ejecutivo tras ser desplazado del poder en Canarias. Sánchez usa y tira a su gente cada vez que alguien le supone un problema. Y Torres le supone un problema serio, porque su gestión de la pandemia acabará en los tribunales. Lo hará por la denuncia de Vox por haber mentido en su declaración en el Senado, o si esta vez cumple su promesa de denunciar a Víctor de Aldama por difamación, cosa que no hizo la primera vez que Aldama le acusó de lo del piso de Atocha. Un ministro en los tribunales es lo último que Sánchez necesita, y ya sabemos cómo se las gasta cuando no necesita algo o alguien. Si se produce adelanto de elecciones, la clave del futuro de Torres estará en la decisión de Sánchez de colocarlo o no al frente de la candidatura del PSOE al Congreso por la provincia de Las Palmas.
Pero no hay ninguna garantía de que haga eso. Se ha desprendido de todo su círculo original, la cuadrilla del Peugeot: Ábalos, Cerdán y Koldo, los colegas con los que empezó la reconquista. Perfectamente podría dejar caer a Torres si cree que eso es mejor para él. Amigos más importantes los ha dejado por el camino a los pies de los caballos.
Lo más plausible es que Sánchez le aguante y le mantenga su apoyo, que probablemente le profesará ahora sin exageraciones ni ditirambos. Si el run run de noticias sobre sus discretos pero reiterados encuentros con Aldama y sus mosqueteros se mantiene, Sánchez le retirará su protección antes de las elecciones, y la carrera política de Torres se zombificará de forma inevitable.
El PSOE se debate en Canarias entre Guatemala o Guatepeor: presentar a las elecciones un candidato contaminado, y con pocas posibilidades de recuperar el poder; o liquidar al que ha sido su mejor activo –con datos de apoyo social que mejoraban los de las siglas históricas-, noqueado por las sospechas de trato de favor a las empresas de Koldo y Aldama. Una parte de la credibilidad ya consumida del PSOE canario –y por tanto buena parte de la credibilidad de la izquierda canaria- quedará tocada. Al final, las mascarillas no habrán sido muy útiles: ni para protegernos del virus, ni para esconder la vergüenza.