Domingo, 14 Diciembre 2025
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Gloria Artiles

 

Nuestros padres y abuelos tuvieron que lidiar en un mundo donde la religión católica (en el caso de nuestra cultura occidental) imponía una serie de verdades absolutas, emanadas de un Dios acusador y poco benevolente, cuya transgresión amenazaba con la condenación en el fuego eterno del averno. Con la secularización del mundo occidental, las últimas generaciones pudimos empezar poco a poco a respirar, a deshacernos de las insoportables cargas de culpa y a romper las cadenas del miedo que habían tenido atenazada durante siglos a la sociedad. Ese paso, que supuso un avance sin precedentes colocando a la libertad de pensamiento en la cúspide de nuestros derechos, ahora está en peligro.

 

Ojo, que aquí no hay nada conseguido. La libertad humana es el bien más preciado que poseemos y debe ser una consecución diaria a la que no podemos ni debemos renunciar. Sigue existiendo una tendencia humana a tratar de manipular al otro y ejercer poder sobre él mediante el control de su pensamiento. En realidad no ha cambiado nada, es la misma inercia del poder al adoctrinamiento, pero que en las últimas décadas se ha desplazado de los púlpitos de las iglesias a los dictámenes morales emanados de los tótems del pensamiento políticamente correcto, uno de cuyos principales dogmas de fe es abrazar también lo ecológicamente correcto. Al poder no le gustan los librepensadores. El poder te conduce e impone cátedra sobre cómo debes actuar, cómo debes pensar, cuáles deben ser los asuntos políticos y sociales más importantes que deben figurar entre tus prioridades, como la lucha por el cambio climático, y cualquier forma de disenso es puesta bajo sospecha para acusarte de ser un miserable pecador medioambiental.

 

No hablo de las formas sanas del ecologismo y del cuidado del planeta, no. Hablo de los integristas medioambientales que, abducidos por la ultracorrección política, lo único que sienten es escondida vanagloria y sólo andan preocupados por hacer ver que ellos pertenecen a una “clase” superior de personas, preocupadas por su “gran” sensibilidad medioambiental, por aparentar que su máxima preocupación vital es combatir la descarbonización de la atmósfera, y por repetir el vocablo ‘sostenibilidad’ hasta la saciedad, aunque creo honestamente que no saben ni lo que significa de verdad.

 

Aún con todo, lo peor para mi es que andan más preocupados por limpiar el entorno de plásticos, que por hacer un verdadero ejercicio de ecología mental, limpiando sus mentes de los elementos más contaminantes que existen en el planeta: los pensamientos intolerantes, los juicios y las condenas morales a todos aquellos que no pensamos como ellos. Los fundamentalistas de lo políticamente correcto, aunque no lo expresen, en lo profundo de sí mismos te considerarán una amenaza por no controlarte y que sigas pensando lo que te dé la gana, ejerciendo tu derecho y tu capacidad de reflexión propia. Y no lo olviden: lo políticamente correcto exige además aparentar que toleras las diversas opiniones y formas de vida de los diferentes. Pero la realidad, desgraciadamente, es que no tolerarán nunca que no aceptes la imposición de sus verdades absolutas seculares.


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