El pasaporte de Koldo

Francisco Pomares
Muy fuerte lo del pasaporte diplomático de Koldo García, que ayer se publicó en medios digitales, no parece en absoluto un descuido administrativo: más bien la prueba de hasta dónde se prostituyeron las instituciones del Estado para blindar a un asesor sin cargo ni función, convertido en embajador de las comisiones y de los negocios turbios. El pasaporte diplomático es un instrumento reservado a quienes representan oficialmente al país en el exterior. Convertirlo en la tarjeta VIP del Comisionista de Taberna es una burla intolerable al prestigio de España.
El Gobierno lo concedió, Exteriores lo firmó y Ábalos lo celebró, porque ese documento no es un gesto de cortesía, sino la llave para moverse por medio mundo sin dejar rastro. La investigación judicial ha confirmado lo que es obvio: que el pasaporte del Ministerio permitió a Koldo saltarse colas, visados y controles. En algunos países permite incluso entrar y salir sin quedar registrado. Exactamente lo que necesita un intermediario que maneja maletines y negocios turbios. Exactamente lo que el Gobierno jamás debió poner en manos de alguien como Koldo, por muy ejemplo para a militancia socialista que Koldo fuera para Sánchez.
El escándalo no es que Koldo haya viajado al amparo de su flamante pasaporte al Camelot sanchista, República Dominicana. El escándalo es que esos viajes se produjeron bajo la protección diplomática española, con un pasaporte que sólo se expide a ministros, embajadores y cónsules, y que el ministerio prorrogó a Koldo incluso tras de su destitución. En un país menos bananizado que el nuestro, ese tipo de pasaporte un símbolo de Estado. En Francia, en Alemania, en Reino Unido, su concesión está regulada con rigor: solo se permite su uso a quienes tienen responsabilidades en política exterior e incluso a ellos se les exige su puntual devolución cuando cesan en sus funciones. Aquí, en cambio, se convirtió en un salvoconducto para que un exboxeador reconvertido en asesor del PSOE pudiera cruzar fronteras sin dejar huella, como embajador plenipotenciario de la picaresca nacional.
Se nos dice ahora que el pasaporte tuvo que haberse devuelto al ministerio al mes del cese de Koldo, y que no ocurrió asi. Pero… ¿hubo alguien que controlara que eso se hiciera? No. Tampoco nadie controló que, tras la caída en desgracia de Ábalos, su asesor emprendiera una frenética actividad internacional, con vuelos, contactos y negocios por África, Centroamérica y el Caribe, que hoy se investigan por corrupción. La explicación oficial de que el documento fue expedido para facilitar el acompañamiento de Koldo a Ábalos en sus viajes oficiales, no explica que Koldo siguiera usándolo meses después de que Ábalos dejara de ser ministro. Ni mucho menos que Koldo actuara como correo de favores en nombre de su jefe y sus socios y amistades.
El uso espurio del pasaporte conecta con la permanente y delibrada confusión entre público y privado en el entorno del ministro de Fomento de Sánchez. La exmujer de Ábalos ya advirtió que seguir la pista de los viajes de los implicados sería clave para rastrear el dinero de las mordidas. Pero si los viajes se hicieron con pasaporte diplomático, su trazabilidad resulta casi imposible. El pasaporte se convirtió en la mejor herramienta para borrar huellas. Y eso no ocurrió por casualidad. Pocas cosas han ocurrido en este entorno podrido por casualidad: alguien diseñó la cobertura para facilitarle a Koldo sus andanzas y gestiones. Es obvio que nadie asume responsabilidad alguna; ni el Ministerio de Exteriores, que avaló la expedición del documento; ni el ministro Ábalos, que convirtió a su asesor en un “hombre de confianza” con rango superior al de muchos altos cargos; ni -por encima de todos- un Gobierno que sigue sin reconocer el alcance de la trama de golferías de tres de los cuatro ocupantes del Peugeot.
Quizá la opinión pública se ha acostumbrado ya a todo. Que un asesor de ministro viaje con pasaporte diplomático puede sonar a minucia frente a las corrupciones mayores y más llamativas que acompañan al entourage presidencial. Pero esto no es un asunto sin importancia, es una grieta institucional gravísima: porque si un pasaporte diplomático sirve para ocultar viajes y tapar comisiones, ¿qué garantía nos queda de que otros documentos oficiales no hayan sido utilizados del mismo modo? El pasaporte de Koldo es la metáfora perfecta de un tiempo de corrupción impúdica, la prueba documental de que se ha utilizado la bandera de España como tapadera. Y la pregunta obligada es simple: ¿quién dio la orden? Porque no basta con señalar a Ábalos. Exteriores tuvo que autorizarlo, y Moncloa, mirar hacia otro lado. Solo cabe un expediente judicial que explique, con nombres y apellidos, cómo se degradó hasta ese punto el Estado.