El psicópata

Francisco Pomares
La cultura popular, las películas y series, han creado una idea errónea sobre lo que es un psicópata: no es –al menos no necesariamente- un asesino en serie, ni siquiera un criminal. Tampoco es alguien violento por naturaleza, aunque puede recurrir a la violencia —física o emocional— para eliminar cualquier obstáculo. Eso no significa que sea propenso a agredir, pero sí está siempre dispuesto a dañar emocionalmente a otros para conseguir lo que quiere. Saber cómo actúa un psicópata, que lo define, no debiera servir para etiquetar a nadie a la ligera, pero sí para detectar comportamientos que, repetidos en el tiempo, muestran un patrón. Y para entender que la simpatía, el discurso o la aparente brillantez no son garantías de integridad. A un psicópata no siempre se le ve, pero siempre se le acaba por notar… aunque a veces se le perciba demasiado tarde.
La psicopatía es, ante todo, un trastorno de personalidad marcado por la ausencia de empatía y sentimientos. El psicópata no siente culpa, no experimenta remordimiento y usa a los demás como piezas útiles para lograr sus propios fines. Su mundo emocional es completamente plano, pero sabe disimularlo muy bien, y es esa capacidad de fingir sentimientos uno de sus rasgos más peligrosos. Puede ser encantador, seductor, sociable, simpático, afectuoso y hasta divertido. Su imagen puede resultar impecable, aunque su expresividad es casi siempre calculada, como si interpretara a todas horas un guion. Manifiesta afecto sin sentirlo. Puede prometer amor eterno o lealtad inquebrantable y actuar durante un tiempo como si fuera alguien muy próximo y cercano, y olvidarse de ti en un plis plas, para reaparecer años después como si nada hubiera pasado, confiado en que su encanto o su capacidad para seducir borrarán el daño hecho.
El psicópata vive instalado en el distanciamiento emocional: no establece lazos afectivos profundos con nadie, ni siquiera con las personas de su entorno familiar, Sus relaciones son superficiales, instrumentales, utilitarias. Su comportamiento está guiado por objetivos inmediatos, sin pensar en las consecuencias, especialmente las que afectan a los demás. El afecto que muestra es impostado; y la empatía, inexistente. No se detiene ante el dolor ajeno porque ese dolor no significa nada para él. Carece de las cualidades necesarias para la vida social: confianza, reciprocidad, comprensión de los sentimientos ajenos y capacidad de ponerse en el lugar del otro. Puede ser muy hábil en la mentira y la manipulación, porque sus mentiras no son fruto del error, sino un instrumento. No le preocupa ser descubierto mintiendo, incluso puede disfrutar del engaño. Pero no todo psicópata es un mentiroso compulsivo. Quien lo es, miente de forma reiterada, a lo largo de años, a desconocidos y a allegados. La mentira es uno de sus medios para seducir a los demás y utilizarlos en beneficio propio.
El diagnóstico clínico de un psicópata exige una evaluación profesional exhaustiva, pero hay patrones reconocibles para cualquiera: manipulación persistente, ausencia de empatía, desinterés por lo que ocurre a los demás –“yo estoy bien”-, la incapacidad de aceptar la responsabilidad de los propios actos y la tendencia constante a culpar a otros de lo que ocurre. Otro rasgo común es la arrogancia. El psicópata suele mostrarse presuntuoso, dominante, seguro, fabulador, convencido de su superioridad, manipulador. No aprende de la experiencia negativa, porque no teme el castigo ni siente vergüenza. Esa mezcla de autosuficiencia y desprecio por las normas lo hace inmune a las advertencias y resistente a la corrección. Vive al margen de las reglas, aunque aparente cumplirlas.
Su vida social puede ser muy intensa, pero siempre vacía. Sus relaciones cambian al ritmo de sus intereses, en situación de dificultad, se libra rápidamente de cualquier lastre, y -cuando dejan de serle útiles-, es perfectamente capaz de olvidar a quienes ha tratado como grandes amigos durante años.
El peligro de un psicópata no reside solo en sus actos, sino en que la sociedad tiende a subestimar los perjuicios que ocasiona este tipo de personalidad, aunque no se traduzca en crímenes visibles. Sin embargo, el daño que puede infligir en entornos laborales, familiares o profesionales es muy profundo. Su habilidad para instrumentalizar a las personas, junto con su falta de frenos morales, le permite prosperar en estructuras que premian la apariencia de eficacia –como el mundo de los negocios, la dirección de empresas, el deporte, la política…- sin examinar demasiado los medios.