El que lo dice lo es

Por Francisco Pomares
- Lancelot Digital
- Cedida
Pocas cosas hay más manidas y recurrentes que escuchar a los que se han pasado media vida habiendo algo, rasgarse las vestiduras porque lo hacen otros. En política ese proceder es una constante: partidos que se pasan la ideología o las promesas por el arco de triunfo, acusando a otros de hacer exactamente lo mismo cuando les conviene, líderes que olvidan sus promesas, manifestarse furibundamente contra los líderes contrarios que padecen la misma amnesia, golfos apandadores de cinco estrellas, señalando con el dedo acusador y entre aspavientos a los corruptos de enfrente. En política otra especialidad es la de quienes ocupan si tiempo en el ajedrez de los pactos antinatura, acusando a los otros de mover ficha para hacer lo mismo. Y luego está la figura repetida del tránsfuga que acusa de tránsfuga al adversario que hace lo mismo que él. Así está ahora Román Rodríguez, ese veterano de la política tropical, que lleva décadas proclamando su fe en la unidad nacionalista mientras dinamita conscientemente cualquier posibilidad en la que no sea él quien mangonee en el patio de Monipodio local. El último capítulo de su tragicomedia lo protagoniza casualmente su antiguo colega Francisco García, alcalde de Santa Lucía de Tirajana, que decidió abandonar Nueva Canarias junto a cinco de sus concejales, siguiendo el camino iniciado por el principal de Gáldar, Teo Sosa. Román ha tirado de su tiralevitas y portacoz parlamentario, Luis Campos, que tardó medio minuto en tildar a García y sus concejales de “traidores” y “tránsfugas”. Ironías de la vida.
Lo cierto es que Román, presidente del Gobierno de Canarias por accidente, y vicepresidente del Cabildo y el Gobierno con el PSOE por conveniencia, se encuentra ahora más solo que el último mohicano. Su partido, Nueva Canarias, desangrándose por la pérdida de poder institucional y la fatiga de materiales de un proyecto demasiado centrado en su liderazgo, asiste atónito a su propia implosión. Lo que ha ocurrido en Santa Lucía no es una anécdota: es la señal de que hasta los más resistentes están hartos de un proyecto donde “unidad” es sinónimo de obediencia ciega a Román. Con o sin congreso de por medio, eso ya no cuela.
García -candidato y cabeza visible de la coalición electoral Frente Amplio Canarista-, ha decidido romper con Román pero mantenerse como alcalde. Y lo ha hecho tras sufrir presiones internas, amenazas veladas y un ambiente asfixiante. En su rueda de prensa en que anunció si decisión de poner tierra por medio, dejó claro que él no es un tránsfuga, que no está cambiando de chaqueta ideológica ni altera mayorías: seguirá gobernando Santa Lucía con los mismos -el PSOE y Unidos por Gran Canaria-, como antes. Pero tanto da: para Román es un tránsfuga y un traidor. Cuesta no recordar que Román también fue señalado como tal cuando abandonó Coalición en 2005, tras no ser reelegido por su partido candidato a la Presidencia del Gobierno. No fue por principios ni ideales, fue un asunto de despacho. El portazo no fue ideológico, sino personal. Desde entonces, Román ha cultivado su imagen progresista, aunque no ha tenido reparos en pactar con el PP cuando ha hecho falta, ni en coalicionar con formaciones tan poco homologables como el PIL de Dimas Martín. Yo dirías que eso es pragmatismo de altos vuelos…
Por eso, cuando Nueva Canarias señala a otros por hacer cálculos o ejecutar estrategias, uno no puede evitar sonreír. ¿En serio Román y los suyos van a descubrir ahora el vínculo entre política y cinismo? ¿Van a repartir carnés de lealtad? ¿Van a fingir que nunca hicieron movimientos estratégicos por el poder, por los sillones y los sueldos? Vamos, por favor: si de algo sabe este señor –de economía y finanzas ya reconoció que no sabía- es de mantenerse siempre a flote. Ahora, mientras su barco se hunde, cobra de su partido –ese que no suele presentar cuentas nunca- un sueldo rumboso que mantiene al grupo parlamentario más seco que un hueso de aceituna.
Lo que de verdad molesta a Román no es sólo que Francisco García se haya ido. Lo que le molesta es que se haya ido con fuerza y dignidad, sin romper el gobierno local. Que no le haya dado el gusto de montar un drama institucional explotable. Lo que duele es que el último de los suyos le haya dicho también en voz alta que el proyecto de Nueva Canarias está agotado, que el liderazgo de Román no es inspirador, es asfixiante, y que eso que llama izquierda canarista necesita un nuevo relato. Uno que deje de lloriquear por la nostalgia del poder perdido.
Si Román no fuera tan soberbio, tal vez habría podría pilotar la transición en su partido con elegancia, y salvar a Nueva Canarias de la hecatombe. Pero ya es tarde. El daño está hecho. Y su reacción solo confirma lo que sus críticos denuncian: que con Román no hay espacio para la disidencia. Que todo el que discrepa es tachado de Judas.