El regreso de Carmelo

Francisco Pomares
Mientras Pedro Sánchez respondía este jueves en el Senado sobre el ‘caso Koldo’, Gran Canaria vivía un movimiento mucho más discreto, pero con significado: el cese de Teo Sosa como portavoz de Nueva Canarias en el Cabildo y su sustitución por Carmelo Ramírez. No es un simple ajuste dentro del grupo que antes fuera Nueva Canarias: es un golpe de mano en plena crisis de identidad de esa cooperativa de veteranos que es hoy lo que queda del partido. El cambio se materializó a través de un escrito firmado por seis de los ocho consejeros electos. Entre los firmantes, además de Carmelo Ramírez, figuran Pedro Justo, Inés Miranda, Minerva Alonso, Miguel Hidalgo y el propio Antonio Morales. Los dos ausentes en la firma del texto -el cesado Teo y Raúl García-, son los alineados con Primero Canarias. La mayoría del grupo cabildico respalda, por tanto, que Carmelo vuelva a ejercer la portavocía a partir del pleno que se celebra hoy en el palacio insular.
Con su firma, Antonio Morales rompe la exquisita equidistancia que había mantenido hasta ahora entre las dos facciones que se disputan el control del nacionalismo grancanario. Durante meses, el presidente del Cabildo había conseguido mantenerse por encima de la disputa entre Sosa y los seguidores de Román. Es cierto que apoyar la sustitución de Sosa podría significar perfectamente que Morales se mantiene con la mayoría de sus consejeros, en un ejercicio de respeto a la democracia interna del grupo. Pero su firma en el documento puede interpretarse también como la declaración pública de que se acabó la prudencia, de que él ya ha elegido bando. Si así fuera, lo que su firma significaría es que Morales no está detrás de la operación de Sosa, ni en su aventura de Municipalistas Primero Canarias, ese intento de refundar la vieja Nueva Canarias sin los viejos de Nueva Canarias. El apoyo de Morales a Carmelo en detrimento de Sosa es también el respaldo al hombre que ha sido compañero de viaje desde hace más de treinta años. Y con él, al entramado que ha permitido a Nueva Canarias conservar poder institucional pese a su menguante peso electoral.
En cualquier caso, el mensaje resulta nítido en relación a la duda sobre el futuro del presidente del Cabildo: Morales no se retira. O al menos no todavía. Y si alguien pensaba que estaba preparando una salida tras este mandato, que olvide esa idea. Su apoyo al relevo de Sosa demuestra que el presidente no está dispuesto a que su sucesión la organice nadie más que él mismo. Morales sigue considerando el Cabildo su territorio natural, aunque para conservarlo tenga que atravesar las ruinas de lo que un día fue Nueva Canarias.
Sosa, por su parte, ha reaccionado con envidiable naturalidad. Ha explicado que él no se opone a su relevo como portavoz, ni a Carmelo como persona. Sólo cree que el viejo/nuevo portavoz “no es el adecuado para representar a una coalición con varias sensibilidades”, y añade -no sin razón- que la renovación que proclaman desde Nueva Canarias tiene muy poco de nueva. “Hay personas que no quieren dejar la primera línea”, asegura, señalando sin nombrar. Carmelo Ramírez es el rostro más reconocible de la vieja guardia romaní, un dirigente que ha sido prácticamente todo en el Cabildo desde los tiempos de Román en el Gobierno de Canarias. Su regreso a la portavocía, más que una necesidad práctica, es una reafirmación ideológica: la historia manda, la veteranía es un grado y aquí nadie se jubila por las buenas.
Cada vez que Nueva Canarias intenta renovarse, alguien saca su carné de fundador. Lo hizo Román cuando convirtió al partido en un proyecto personalista que se desangra por los costados. Lo hace ahora Carmelo al volver a la primera fila como si no hubiera pasado el tiempo. Y lo confirma Morales al dar su bendición a Carmelo, aunque eso suponga exponerse a perder su apoyo. Con la jugada, Morales refuerza su control del Cabildo, pero debilita el espacio político del que procede. Primero Canarias pierde influencia, y Nueva Canarias se encierra en sí misma. La fractura entre ambas formaciones se demuestra irreversible, justo cuando el nacionalismo que se define progresista precisa más que nunca una estrategia común para no quedar reducido a una nota a pie de página en la historia política del Archipiélago. En Gran Canaria, la disputa se ha vuelto personal, y el debate sobre el futuro se ha enterrado bajo los escombros de una vieja guerra interna. Más que un relevo, lo que ha ocurrido parece un conflicto de egos.
De aquí a unos meses, cuando empiece a hablarse de candidaturas, veremos si Morales pretende volver a presentarse o si su maniobra responde solo al deseo de garantizar que nadie mueva ficha antes de tiempo. Pero el movimiento de esta semana deja una sospecha: En el Cabildo grancanario no hay renovación, sino reagrupamiento; no hay relevo, sino reorganización del poder interno. Y la vieja Nueva Canaria, parece instalada en la inercia, como un dinosaurio que se resiste a morir.