Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

 

No hay acto político que se celebre sin la obsesión de escenificar la unidad de sus miembros y dirigentes. En eso coincidieron este fin de semana el Comité Federal del PSOE y el Congreso del PP: ambos eventos querían enviar al país la imagen de partidos fuertes, cohesionados, con un líder indiscutido y una estrategia clara para afrontar el próximo ciclo electoral. Pero lo que parecía una jornada de proyección y músculo terminó siendo, para el PSOE, una exhibición de fatiga terminal. Al otro lado, el PP logró algo más parecido a un desfile de victoria. Dos eventos políticos y una sola conclusión: uno parece preparar la conquista del poder; el otro, su propio funeral.

 

El Comité Federal del PSOE pretendía reafirmar el liderazgo de Sánchez tras semanas de escándalos, detenciones, informes de la Guardia Civil y una erosión interna cada vez más visible. Además, había que hacerse perdonar los pecados de machismo, después de escuchar a Ábalos y Koldo hablar tabernariamente de repartirse mujeres, como se repartían mordidas. La fórmula escogida por el PSOE fue poco imaginativa: proporcionar a Sánchez un exculpatorio baño de multitudes feministas, un coro de obedientes, sonrientes y disciplinadas señoras. Fue una imagen poco edificante para proyectar feminismo, pero menos da una piedra.

 

La piedra llegó en forma de pedrada en el ojo del propio Sánchez: aún resonaban los lemas de la víspera —ese “somos el partido que más ha hecho por la igualdad”— cuando saltó el caso de Paco Salazar, el Tito Berni monclovita, abatido por fuego amigo: el Diario.es reveló que al hombre le va la marcha con sus empleadas, por boca de dos de ellas. Un golpe en la línea de flotación de la moral interna y la narrativa oficial, una secuencia realmente leal para el imaginario que se pretendía desplegar: el viernes ministras y cargos del Gobierno se alinean con el presidente para recordarnos hasta que punto el PSOE es un ejemplo feminismo. El sábado, uno de los hombres claves del Gabinete de Sánchez, presentado días antes como nuevo adjunto a la Secretaria de Organización (el hombre de Sánchez en el partido), se ve obligado a renunciar a un cargo que se habían precipitado a anunciar, sin esperar siquiera al nombramiento por el Comité Federal. El tipo dimitió, porque en el ambiente toxico que se vive en el entorno Moncloa-Ferraz no hay cuerpo que pueda resistir estas dosis de cutredad, testosterona y abuso de poder. Fue relevado sumariamente por Antonio Hernando, uno de los colegas del ex secretario de Organización del PSOE, Pepe Blanco, con el que creó la consultora Acento, especialista en hacer trabajo de lobby, y que Hernando abandonó para incorporarse como adjunto al director del gabinete del presidente, Óscar López, otro de los peones de Blanco. Hernando es una figura polémica, también señalada por su salto de la política al mundo de las influencias. Pero no hay coreografía que soporte tanto cinismo acumulado: la sensación que queda es la de un partido agotado, desconfiado, incapaz de regenerarse, atrapado en una espiral descendente, y que sabe que esta fuera de juego.

 

En los pasillos del PSOE ya no se habla de ganar las elecciones. Se habla de sobrevivir. Hay mucho miedo a que -si las elecciones se retrasan-, la patada que buena parte del país quiere darle a Sánchez vaya a parar a los traseros de los candidatos regionales y municipales. Porque cada vez son más los que creen que lo que se juega ya no es ya la legislatura, sino el futuro mismo del PSOE, su ‘pasokización’, su derrumbe como fuerza central del sistema. El rey esta desnudo, se pasea en cueros, pero nadie se lo dice a Sánchez. Ha convertido al PSOE en un sindicato de aduladores y enchufados incapaces de plantarle cara. Todos los que quedan dependen de él, excepto Page, recriminado a gritos como miserable por los militantes en su acceso al edificio de Ferraz, privado del derecho de segunda intervención, y criticado sañudamente. Por desleal, decían los ministros tras su intervención. El cesarismo sustituye a la democracia.

 

 

La mayoría del PSOE parece querer abrazarse al cadáver político de Sánchez hasta que los tribunales dictaminen su sentencia política. Desde los márgenes, solo la vieja guardia, alza la voz. En su entrevista con Alsina, Felipe ofreció una vía de escape: convocar elecciones cuanto antes, cambiar de candidato y recuperar la moderación. No servirá para ganar, pero sí para seguir ahí. Felipe lo explicó sin adornos: primero, elecciones ya, antes de que los informes de la UCO, las imputaciones y los juicios conviertan al PSOE en un partido radiactivo. Aún hay margen para conservar cerca de un centenar de escaños. Dejar pasar más tiempo es acercarse a los 85 diputados de Casado… o incluso peor. Después, cambiar de líder: Sánchez es hoy un lastre que no solo compromete al partido, sino que levanta sospechas en Bruselas. Se ha ganado muchos enemigos importantes. Y por último, desprenderse del populismo, los guiños radicales y los experimentos, para volver a la socialdemocracia.

 

El drama es que nadie en Ferraz ni en Moncloa se lo dice a Sánchez: el rey pasea por todos lados su cuerpo en bolas, y nadie le dice nada. Aunque los más listos y los más golfos se han empezado a colocar –ya- cerca de las salidas de emergencia.

 

Saltarán del barco que se hunde cuando llegue el momento.


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