Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Koldo García ha decidido acogerse al derecho que le asiste a mantener silencio. No ha declarado ante el Supremo, y aun así el juez ha decidido mantenerlo en libertad. Lo que no ha podido mantener es la ficción de su inocencia. Ya nadie -ni siquiera quienes lo consideraron un ejemplo de lealtad militante- duda de su participación en la red de mordidas y favores que convirtió las licitaciones públicas en un suculento negocio. La UCO lo deja claro: Koldo era el encargado de proteger a Ábalos y administrar su patrimonio oculto, Koldo era una eficiente pieza menor de una maquinaria mayor. Tengo para mí que el silencio de Koldo no es una estrategia judicial sino una forma mafiosa de lealtad. Calla porque sabe suficiente, y sane perfectamente que cada palabra suya podría arrastrar a los demás a un pozo del que sería dificil salir. Es el suyo el silencio del que teme, pero también del que negocia. En las cloacas del poder, el silencio siempre tiene precio.

 

Aprovechando el día, con la nación convencida de que Koldo y lo que Koldo representa nos ha robado a manos llenas, el PP ha decidido subir su propia apuesta y citar a Pedro Sánchez a declarar ante la comisión del Senado que investiga la trama. No es una citación simbólica: es la primera vez que un presidente en activo tiene que responder por un caso de corrupción que afecta a su entorno más próximo. Su hermano, su esposa, su exministro más fiel, su hombre de confianza en el partido y su fiscal general, están no ya bajo sospecha, sino al borde de ser juzgados. Del equipo del Peugeot que reconquistó el PSOE y llevó a Sánchez a Moncloa, ya sólo falta por caer él mismo.

 

El 30 de octubre, Sánchez deberá presentarse en la Cámara Alta. Y el PP, que ya prepara el terreno para un buen espectáculo, advierte que España entendería su silencio como una confesión. Pero todos sabemos que el presidente irá y no dirá ni pío. Lo suyo no es el arte del desmentido, sino el de la fuga hacia adelante. Dirá que la comisión es una farsa, que el PP utiliza la corrupción como arma política, que la derecha judicializa la democracia, y además tendrá en parte razón. Pero después callará, y no lo hará porque tenga razón, sino porque no tiene argumentos para negar lo obvio, que es que todo su entourage familiar y político está acusado de corrupción.

 

Al final, Sánchez va a responder a las acusaciones igual que lo ha hecho Koldo –no abriendo el pico, no contestando a nada- sólo que con traje azul y una actitud de ofendido institucional. El silencio se ha convertido en el sanchismo en un método. Callan los ministros cuando preguntan por las adjudicaciones de mascarillas. Callan los socialistas cuando los informes de la UCO revelan sobres con dinero negro. Callan los portavoces cuando se descubre que Ferraz recibía efectivo de origen desconocido. Y calla el presidente, convencido de que el ruido de la crispación y el enfrentamiento acabará por tapar todos los demás.

 

El PP aprovecha ese mutismo para presentar su relato más agresivo: “Sánchez es la X de la trama”. Una frase eficaz, ya probada con el Gal y Felipe González, aunque demasiado ambiciosa. No hace falta convertir a Sánchez en jefe de una banda criminal para entender lo que ocurre. Bastaría con explicar que la corrupción del sanchismo no es individual, sino estructural: el sanchismo es hoy un modo de gobierno que ha hecho de la lealtad personal la única ética necesaria, y del control institucional, una garantía de impunidad. Lo que el PP va a poner en escena en el Senado no es una comparecencia, sino un juicio político con vocación de linchamiento. Se trata de demostrar que quien presumía de regeneración tiene hoy a su familia en los tribunales y a los principales de su partido –sus colegas más cercanos- en la antesala de un proceso por financiación ilegal. Que el PSOE se ha convertido, en palabras de la portavoz popular, en una ‘banda criminal’ o, en el mejor de los casos, en un refugio de oportunistas y encubridores.

 

La hipérbole es evidente, pero el fondo es verosímil: nadie en el PSOE se atreve a desmentir frontalmente el informe de la UCO. Esta vez no habría funcionado: se han limitado a vender que el informe no dice lo que no dice, aunque eso no signifique ni de lejos lo que ellos dicen que significa. Nadie ha pedido perdón por los errores, nadie ha mostrado una sola factura que aclare de dónde ha salido el dinero en efectivo que circula entre los dirigentes. No hay defensa, sólo silencio.

 

La pregunta es si el silencio seguirá funcionando. En política, el silencio puede proteger, pero también puede acabar devorando. Cuando no hay respuesta posible, la gente empieza a sacar conclusiones por su cuenta. Y lo que se consolida no es la presunción de inocencia, sino la certeza de la culpa. Por eso, el caso Koldo ha dejado de ser un asunto de contratos mal traídos y comisiones repartidas: es el espejo donde se refleja el verdadero rostro de un poder no se explica ni rinde cuentas. Un poder que cree que el tiempo acabará borrando las pruebas. Igual que ha borrado las promesas.


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