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El striptease de Filomena

Antonio Salazar

 

El temporal Filomena ha conseguido poner sobre el tapete buena parte de nuestros problemas como sociedad, más allá de algunos ejemplos de entrega a los demás que también deben ser resaltados. Una nevada sin precedentes en cincuenta años es utilizada como un estilete con el que zaherir al adversario -a veces, también enemigo y deberíamos estar prevenidos contra estos excesos- sin pararse a pensar en que no existe una sociedad perfecta y capacitada para enfrentar, desde la gestión, hechos aislados.

 

Parte de un problema que sí es político aunque consentido por los que votan. Y es esa sensación de que los recursos son abundantes y no escasos, por tanto, no sujetos a economía, que el estado -minúscula deliberada hasta que la RAE admita individuo con mayúscula- es omnisciente y omnipotente con capacidad para resolver cualquier contingencia. Unos días antes de la enorme nevada, el alcalde de Madrid, afirmó que estaban preparados para el temporal. Resulta que no lo estaba pero no es plausible para un político decirle a sus ciudadanos que deben poner de su parte para afrontar un problema determinado.

 

Obviamente, esos mismos ciudadanos delegan su responsabilidad en las administraciones y cuando alguien plantea que se han de ocupar de limpiar su entorno más próximo para liberarlo de la incómoda nieve, comienzan las protestas y la algarada política. Y no, los políticos no son responsables -sin que sirva de precedente- de una nevada histórica y lo que habrían hecho mal es haber preparado sus ciudades para una eventualidad que no se produce más que de media centuria en media centuria, porque debemos insistir en que los medios son escasos, las necesidades infinitas y los usos alternativos de los pocos recursos han de atender prioridades. No se puede tener quitanieves ociosos en las cocheras municipales con sus correspondientes equipos humanos para atender eventuales sucesos que no ocurren de manera cotidiana porque hacerlo supone desatender hechos que sí pasan de forma recurrente. De la misma forma que no construimos edificios parecidos a los que se erigen en Japón preparados para soportar terremotos, es un lujo asiático contar con medios que harían palidecer de envidia a los habitantes de la rica Noruega.

 

Estamos consintiendo que la política lo impregne todo, que el debate político de la más baja estofa ensucie una convivencia que debería ser pacífica entre los ciudadanos porque corremos riesgo cierto de no analizar las cosas bajo un prisma desapasionado en el que, primero sepamos qué pasa, y luego veamos la forma más sencilla y eficiente de superarlo. Vivimos un tiempo en que cualquier cosa que ocurra, desde una epidemia hasta un temporal, es sujeto de debate en el que, existiendo dos bandos enfrentados, no es posible hallar la verdad y, en consecuencia, impide prepararnos para cuando vuelva a ocurrir.

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