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El voto de las mujeres

 

Por Francisco Pomares 

  • Lancelot Digital
  • Cedida
  • El Parlamento de Canarias celebró la pasada semana un acto pequeño y discreto para recordar la participación de las mujeres en la Cámara regional. En él se invitó a participar a las mujeres que han sido diputadas desde la constitución del Parlamento. No hubo ninguna diputada en la etapa provisional, en diciembre de 1982. La primera diputada que se sentó en los escaños del parlamento lo hizo ya en la primera legislatura, ya definitiva, en 1983. Fue Loli Palliser, que ocupó también, durante el mandato de Jerónimo Saavedra, la consejería de Turismo y Transportes. Nacida en Las Palmas, estudio Derecho en Tenerife, donde trabajaba como funcionaria del Cabildo, responsable del Patronato de Turismo. Cuando Saavedra la fichó, resultaba un exotismo. A los dos años era una de los personajes más populares del Gobierno, y sus intervenciones atropelladas –siempre habló muy rápido- y peleón un momento clave para romper el aburrimiento de las sesiones. Palliser fue la pionera, pero se tardó más de una década en conseguir que la presencia de mujeres comenzara a ser algo no extraordinario en la Cámara.

     

    La mayor parte de la gente tiene hoy la percepción de que las mujeres estuvieron siempre ahí, compartiendo de forma natural la representación con sus colegas masculinos en todas las instituciones. Pero no fue así hasta hace muy poco tiempo, apenas unos 25 años, y eso a pesar de que las mujeres representan aproximadamente el cincuenta por ciento del censo electoral en casi cualquier lugar del planeta. Y en casi todas las últimas elecciones, en España, han acudido a votar algo más que los hombres, y –según dicen ellas mismas en las encuestas- lo hacen apostando por las propuestas que creen mejores, por los candidatos y candidatas que consideran más preparados para dirigir las cosas y resolver los problemas. No suelen votar en negativo, que es lo que hacen cada vez más los hombres, cuyo objetivo al depositar el voto en las urnas no es siempre elegir al mejor, sino evitar que éste o aquél político pueda llegar al poder. Podría decirse que en las sociedades occidentales, la mayoría de las mujeres votan en lo que creen, mientras muchísimos hombres lo hacen contra lo que detestan. El voto de las mujeres es un voto más cívico y consciente, menos belicoso, más constructivo para el funcionamiento de la democracia.

     

    Suele atribuirse a los partidos de izquierdas, por eso de su implicación feminista, una mayor presencia y participación de mujeres en sus listas y organigramas. En España eso no es del todo exacto. Hasta hace un par de décadas, la práctica totalidad de los partidos españoles no discriminaban ni en sus mensajes ni en sus estrategias entre votantes masculinos y votantes femeninos, y fue el Partido Popular el primero que se tomó en serio lo de ganarse el cerebro y al corazón de las mujeres, y lo hizo con propuestas políticas concretas y con campañas específicas dirigidas al electorado femenino, pero también trufando de mujeres sus candidaturas, incluso en los principales puestos en Cabildos y alcaldías. Eso ocurrió así también en Canarias. Otros partidos siguieron el camino optando por la fórmula de la discriminación positiva, y más tarde por las listas paritarias, un cuento chino a la hora de la verdad, hasta que se incorporó obligatoriamente el famoso sistema de cremallera: un candidato hombre, un candidato mujer, y así hasta el último puesto.

     

    De los grandes partidos, fue curiosamente el PSOE el último en normalizar y cumplir con esa fórmula, aunque desde Zapatero se enmendó el asunto. Zapatero puso también de moda los Gobiernos paritarios, Rajoy colocó en la vicepresidencia a mujeres fuertes, y Sánchez creó los Consejos de Ministras, con más mujeres que hombres. En Canarias, Coalición sigue siendo el partido que menos práctica la paridad, que menos papel atribuye a las mujeres en sus candidaturas y que menos esfuerzo realiza por atraer el voto femenino…

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