Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

Francisco Pomares

 

 

En Canarias estamos acostumbrados a los incendios. Es cierto que este verano, a pesar de las altísimas temperaturas, hemos logrado escapar de episodios realmente graves. Ojalá nos dure la suerte, y no nos veamos arrastrados a lo que se está viviendo en estos momentos –con distintos grados de destrucción- en Andalucía, las dos Castillas, Extremadura, Galicia y Madrid. Los incendios han traído destrucción y muerte, heridos, miles de evacuados y el despliegue de más de un millar de efectivos de la UME, que no dan abasto. Se suceden las peticiones de una participación urgente del Ejército –más allá de la Unidad de Emergencias- en auxilio a las tareas de extinción. Pero lo cierto es que nada de lo que está sucediendo resulta una sorpresa: después de una primavera muy húmeda en la que la vegetación creció mucho, el tiempo de calor extremo y la falta de lluvia han convertido nuestros bosques en secarrales.

Ese ambiente tan seco y una vegetación altamente inflamable, ha creado las condiciones perfectas para que se desencadenan incendios enormes e incontrolables en diferentes puntos de la geografía española, de forma simultánea y por distintos motivos. Son incendios que cuesta muchísimo apagar: técnicamente se los conoce como ‘incendios de sexta generación’, con nubes de gases y vapor de agua –pirocúmulos- que se convierten en auténticas tormentas de fuego. Hasta el inicio de este siglo, ese tipo de incendios resultaba prácticamente desconocido, pero ahora se repiten de forma característica en los nuevos fuegos forestales, y además, crecen en tamaño, frecuencia e intensidad.

Sin duda, parte de este nuevo escenario tiene que ver con el cambio climático: son las condiciones climáticas que está provocando el calentamiento las que hacen que los incendios en nuestro país sean cada vez más grandes, más rápidos y más explosivos, con fuegos capaces de alterar las condiciones meteorológicas, fuegos que desbordan la capacidad de extinción de los servicios forestales y de bomberos. Cuando son muy grandes, resultan realmente difíciles de apagar.

Vivimos un tiempo nuevo en el que una parte considerable de los incendios no se pueden extinguir por medios humanos, por muchos recursos que se dediquen a la tarea. Es algo que ocurre no sólo en España: las dos últimas décadas han sido pródigas en incendios forestales de una potencia devastadora, que afectan a los cinco continentes. una de las características más sorprendentes es que se producen incluso en lugares muy al norte, como Siberia, Canadá, Alaska o Groenlandia. Y lo más absurdo es saber -a ciencia cierta- que una cuarta parte de esos incendios que arrasan nuestro país son provocados por criminales desaprensivos, pirómanos que actúan por el simple placer de destruir.

Aún así, frente a las dificultades de reaccionar ante la acción catastrófica del fuego, conviene seguir insistiendo en que la prevención es mejor opción que responsabilizar de lo que ocurre a los desalmados o al cambio climático. Tenemos que frenar las emisiones de CO2 si queremos mantener la vida humana en la Tierra. El calor no provoca los incendios, pero si los agrava y hace mucho más difícil combatirlos. Naciones Unidas cree que en 2030 los incendios crecerán un 30 por ciento, pero ninguna acción global contra el calentamiento va a darnos la garantía de que mañana no prenda y se extienda un gran fuego. Es más eficaz mejorar las actuaciones en las cercanías de los bosques, mantener el espacio agrícola, desarrollar acciones de toma de conciencia, cerrar los accesos a los montes los días de calor extremo y perseguir con saña a los incendiarios.

Y a pesar de las recientes desgracias, hay cosas que se están haciendo bien. En el conjunto del país y en Canarias también: a pesar de los incendios, a pesar de la destrucción de decenas de miles de hectáreas de bosques calcinados todos los años, la masa forestal del país ha aumentado en un siete por ciento en las últimas dos décadas. Es una cifra muy importante y una magnífica noticia. Nos recuerda que hay cosas que pueden hacerse bien, y a veces se hacen bien.

 


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