Domingo, 14 Diciembre 2025
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Antonio Salazar

 

 

En materia educativa no debería existir duda alguna sobre dos principios que parecen inobjetables: la educación constituye uno de los pilares básicos de cualquier sociedad y, segundo, hay que evitar en la medida de lo posible el monopolio que el estado y sus sucedáneos tienen sobre ella. Una demostración palmaria de los riesgos a lo que nos conduce el actual status quo lo vivimos actualmente en Canarias con la polémica sobre los juegos electrónicos en las aulas. Asunto sobre el que toma partido el gobierno y cada formación política expresa sus opiniones, actuando en función de sus particulares escalas de valores.

 

Analizar si este tipo de enseñanza es útil o no excede las pretensiones de este artículo. Desde un análisis instrumental, cabe compartir la visión expresada por Javier Betancor en el último numero de la revista La Gaveta Económica. Existe una demanda creciente de expertos en este campo y no debería generar polémica alguna que pueda tratar de satisfacerse por parte de quienes tienen la responsabilidad de diseñar los planes educativos.

 

La reacción de la comunidad educativa, aun respetable, goza de un sesgo tan acusado que convendría mirar al pasado para observar las consecuencias de su oposición a otras iniciativas. Una, particularmente dolorosa: en el año 1995 se planteó incorporar al presupuesto mil millones de pesetas para contratar a profesorado nativo inglés que pudiese enseñar a los niños. Los sindicatos objetaron, la medida se paralizó y hoy todavía seguimos lamentado que nuestra formación en idiomas sea deficiente. Los profesores se maliciaron que la contratación de profesorado de fuera iría en desmedro de los locales, quedando de manifiesto que, antes que una genuina preocupación por la educación de los jóvenes, lo que prima es la satisfacción de las necesidades de los trabajadores.

 

Pero no son los únicos. También otras formaciones políticas atacan la idea y plantean alternativas que, no siendo relevantes desde el punto de vista de la inserción laboral, sí que parece primar otros aspectos de convivencia ciudadana. Sus consideraciones morales y de valores, que no tienen que ser compartidas por las familias, pretenden sean impuestas al conjunto de los estudiantes. El asunto es relevante, la comunidad autónoma decide sobre las enseñanzas del 96% de los jóvenes, tan solo el 4% estudia en un colegio privado puro, que aun teniendo la tutela de la consejería, gozan de alguna flexibilidad cara a incorporar nuevas enseñanzas.

 

Por tanto, cabe también esgrimir razones éticas en este debate porque hemos sacrificado demasiadas generaciones sometidas a unos planes educativos que, desde luego, no parece que estén a la altura de la inversión efectuada. También parece evidente que no se ha dado con el formato adecuado. Es deseable, por consiguiente, que avancemos en una mayor descentralización de los centros escolares, de forma que cada uno de ellos decida lo que la comunidad educativa considere más útil, ensayando y errando las veces que sea necesario hasta dar con fórmulas que sean de verdad eficaces para el conjunto de la sociedad. Esa mayor autonomía de los colegios podría gestionarse mediante la emisión de vales escolares para así aumentar la competencia en los centros por captar a los alumnos con enseñanza de calidad. De paso, nos ahorraría espectáculos tan lamentables como el que nos ofrece la poco edificante clase política canaria, capaz de descalificar los e-sports por ser “un capricho del presidente” y proponer “otras prioridades educativas que están antes que satisfacer caprichos”, en expresión en un dirigente que parece ser tiene ideas nada caprichosas (nótese el sarcasmo).

 

No es posible saber ex ante si incorporar este tipo de novedades es bueno o malo, solo cabrá saberlo una vez transcurra el tiempo suficiente para observar los resultados. Pero sí que podemos afirmar, con total rotundidad, que en los procesos de mercado ese tipo de innovación es usual y que la educación no tiene ningún tipo de limitación para que no esté sujeta a sus principios. Es perentorio cambiar el modelo y los ejemplos que nos están brindando de forma recurrente, aumenta la urgencia de abordarlo. Cabe innovar, probar nuevos modelos educativos en competencia y desechar lo que no funcione aunque disguste a los poderosos sindicatos del sector. No es a ellos a quienes debemos atender, es al futuro de generaciones completas que no pueden seguir siendo condenadas a la ignorancia y al paro. Las sociedades cambian, no así las comunidades educativas. En 1970, las tres habilidades que más valoraban las mayores empresas del mundo eran la escritura, el cálculo y la lectura. Hoy son la capacidad de trabajo en equipo, la habilidad para resolver problemas y las potencialidades en comunicación interpersonal. Pero aquí seguimos discutiendo si son galgos o podencos.

 


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