Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

La ambición de poder ha producido una criatura única: un líder que –en su transformación presidencial- pasó de ser adalid de ejemplaridad constitucional, de la aplicación del artículo 155 y la cárcel para Puigdemont, a estar hoy dispuesto a repartirse sin sonrojo hasta los canapés antes de hacerse la foto que Puchi lleva años exigiendo. La evolución de Sánchez no es exactamente ideológica; es de supervivencia, lo suyo es un cambio parecido al de esos animales que cambian de color para mimetizarse con el entorno. En unos pocos años, Sánchez ha pasado de hablar de “golpistas”, a calificar a los políticos de Junts de “interlocutores necesarios”. Antes prometía orden, ahora ofrece decretos a la carta: si mañana Puchi exige que en Moncloa se entone ‘Els Segadors’ en cada rueda de prensa, tengan por seguro que antes de lo que se tarda en escribir un comentario como este, Sánchez probablemente ya esté ensayando letra y entonación.

 

El Gobierno anunció ayer que ha entrado en una fase de “reconstrucción de la confianza” que consiste básicamente en asumir ante los indepes neoconvergentes que no se ha cumplido nada de lo se que prometió, y ofrecer una tanda de medidas a contrarreloj, mientras se implora a Junts que no hunda la legislatura. No se trata de una negociación en sentido estricto. Se trata de ofrecer como prendas sacrificiales las medidas aprobadas hoy en Consejo de Ministros, con el ruego de apaciguar al monstruo que devora legislaturas y adelanta elecciones.

 

Para la puesta en escena, Sánchez ha elegido someterse a dos entrevistas consecutivas en medios catalanes, repitiendo el mismo mantra -mea culpa, mea culpa, hágase en Waterloo tu santa voluntad- mientras en Moncloa calculan cada gesto para que Puigdemont note que esta vez sí, de verdad, el presidente está dispuesto a hacer lo que haga falta. Incluso a dejarse ver públicamente con él prófugo del pasado, hoy redimido por pura necesidad. Y que habrá abrazo y foto. Aunque esta vez Santos Cerdán, no cobre ni el dos por ciento por el servicio.

 

El relato oficial nos dice que el presidente actúa por “convicción democrática”, que el diálogo es la “herramienta esencial” y que España no para de “mejorar institucionalmente”. La versión real es un poco menos melífica: Sánchez sabe que sin Junts no hay legislatura, que sin legislatura no hay Moncloa y que sin Moncloa se acabó lo que se daba.

 

No hablamos pues de principios, sino de un calendario para ganar tiempo. Tiempo para convertir en general al coronel Yuste y sacarlo de la UCO. Tiempo para que el candidato Gallardo pueda perder Extremadura y ser salvado de un juicio en la Audiencia, llevándolo al Senado. Tiempo para que se olvide el impacto de las últimas revelaciones en comandita de Ábalos y Koldo sobre Begoña, Aldama y la salvación de Air Europa. Tiempo para que Feijóo vuelva a meter la pata, o Abascal se encochine aun más creando problemas en las autonomías. Tiempo para que la izquierda a la izquierda del PSOE se sumerja en la inutilidad más absoluta, y Sánchez pueda quedarse con los pocos votos que le permitan decir que –a pesar del avance de los Jinetes del Apocalipsis de derechas-, él y su partido resisten. Por eso asume Sánchez los incumplimientos que haya que asumir, por eso adelanta reformas exprés y se compromete –que más dará lo que digan los jueces- a que Puigdemont vuelva a Cataluña como estadista y no como prófugo. Es el precio del apoyo por mantener lo que queda de legislatura y, de paso, el guion de la foto que ambos necesitan: Puigdemont para volver a ser protagonista, Sánchez para no dejar de serlo.

 

Lo realmente fascinante es comprobar cómo alguien que defendió vehementemente la suspensión de la autonomía catalana, compite ahora por ser el político español más “sensibilizado” ante los errores del Estado a cuenta del procés. Quien negaba la misma existencia política del fugado Puigdemont, lleva años reconociendo su peso, asumiendo su agenda y dando prioridad a las políticas que Puigdemont necesita para poder vender su utilidad a Cataluña: indulto, amnistía, Rodalies, condonación de la deuda, cupo, Agencia Tributaria, catalán en Las Cortes y en Europa… y la foto. Por fin la foto. Sobre todo la foto: la instantánea del prófugo endomingado y el presidente que quería meterlo en prisión, mendigando la indulgencia del gran Puchi.  Si para salvar dos años de mandato hay que tragarse el 155, la dignidad y la hemeroteca entera, siempre habrá un argumento a mano: el progreso, la convivencia, el diálogo… o lo que toque.

 

Sánchez insiste en que “las elecciones serán en 2027, seguro”. Y así será, salvo que Puigdemont decida lo contrario. Porque en esta legislatura, el poder no reside en Moncloa ni en las Cortes, sino en la campiña de Waterloo, en el chalet del exilio, desde el que se dicta cuándo habla el presidente, qué legisla, qué promete y con quién se tiene que hacer las fotos. Y todo mientras en el PP sueñan con mociones de censura imposibles, y la patronal catalana descubre que ya no pinta absolutamente nada. Esta es una partida de Risk en la que solo mandan dos egos con un problema común: se les agota el tiempo.


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