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Gris, de tecnología

Sara González

 

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Diez largos y angustiosos minutos

 

Mira el reloj. Son las 17:00 horas del lunes 8 de abril de 2024. Baja la mano y deja la mirada hacia el frente. Empieza a caminar por el pasillo que según va entrando, se amplía su campo de visión. A la izquierda una tienda que ya no está. Se para. Mira a la derecha y ve la cartelera de películas de cine que no sabe cuando se estrenaron.

 

Continúa caminando y se encuentra con una curva. Se para. Es la tienda. La de las maletas. Mira al frente no ve a nadie. Mira el reloj. Las 17:01 horas. Continúa el pasillo, hasta la librería a ver si está por allí. No ve a nadie. Se asoma, hacia la calle, por si está fuera. No ve a nadie. Se incorpora. Espera. Mucho. Después de un rato, mira de nuevo el reloj, marca las 17:02 horas.

 

Espera un tiempo. Suspira. Vuelve a mirar el reloj. No avanza. Sigue esperando. Impaciente. Se asoma de nuevo. Sigue sin verla aparecer. Entra. Camina hasta la tienda de las maletas. Se para. 3 minutos más tarde vuelve a mirar el reloj. Sigue sin correr la aguja del minutero. Levanta la cabeza. Rápidamente la vuelve a bajar y regresa su mirada al reloj. Nada. La aguja sigue ‘trancada’ en el mismo lugar.

 

Ante la desesperación, camina hacia la salida del pasillo. Se asoma. A la derecha. A la izquierda. Y al frente, por si viene por ese callejón, pero nada. Nadie aparece. Se pregunta en voz baja. ¿Cómo es posible que en algunos momentos las horas pasan volando y en otros pareciera que alguien presionara el botón de pausa al tiempo?

 

De repente una mujer entra. Una desconocida camina hacia la cafetería. Segundos más tarde, una familia se acerca y conversan entre ellos. Cuatro personas que son suficiente para que corra, al menos, unos minutos del reloj. Le invade un pensamiento curioso: ¿cómo se llamarán? Tras pensar y hacer varias cávalas, con ella misma, de las cuáles salían un sinfín de opciones, decide parar. Mira el reloj. Marca las 17:07 horas.

 

Vuelve a entrar hasta la tienda. Se para. Espera, de nuevo, 3 minutos. Ahora son las 17:10 horas. Sale caminando hasta el pasillo. Se asoma. Primero gira la cabeza a la derecha. No hay nadie. La gira a la izquierda. ¡Por fin aparece!

 

Diez largos y angustiosos minutos. Tiempo en el que no la pudo llamar, pues su teléfono se quedó sin batería. Podrá parecer algo surrealista, pero esta situación descrita me ocurrió.

 

Después de hacer una llamada a las 16:45 horas y cuándo lo único que teníamos que hacer era buscar dónde aparcar y llegar al lugar acordado. Una espera que fue eterna tras no tener la posibilidad de usar el teléfono para escribir en un mensaje: “Llegué, ¿dónde estás?” Es ahí cuando me di cuenta del gran protagonismo que tiene la tecnología en mi vida.

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