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Hablar del Prat

Francisco Pomares

 

Andan contentos los socialistas por haber logrado que en Cataluña se hable de competencias e inversiones en vez de hablar de independencia. Lo decían ayer el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, o el ex ministro Jordi Sevilla, repitiendo los dos el argumentario de Ferraz para la ocasión. Yo también me sumo al argumento: si dejar de hablar de independencia en Cataluña le cuesta al país solo los 1.700 millones prometidos por Sánchez para ampliar el Prat, España habrá hecho sin duda el negocio del siglo no, del milenio.

 

Pero el argumentario socialista no incorpora las fulminantes declaraciones del presidente Aragonés, recordando que negociar los Presupuestos y la ampliación del Prat no implica en absoluto renunciar a la autodeterminación. Por supuesto que no. Sería bastante idiota creer que el independentismo catalán va a ceder en materia de soberanía a cambio de pasta, después de lo que ha llovido desde los dos referéndum: el que era de broma y el que nunca llegaría a celebrarse.

 

Lo cierto es que ya ha pasado el tiempo en que era posible comprar a Pujol inyectando recursos a mansalva en Cataluña y mirando para otro lado cuando una parte de esos recursos se sumaban al tres por ciento de Convergencia o al enorme cerdito andorrano de la molt honorable familia Pujol. Aquello de la Paz por territorios que se inventó Arafat, y Pujol reconvirtió en paz por pasta ya no funciona. Ahora quieren la pasta y el referéndum.

 

Por eso, lo que ha hecho Pedro Sánchez es una de esas hábiles jugarretas suyas con las que gana algo de tiempo: lleva así desde el inicio de su primera y brevísima legislatura, ganando días y semanas. Al poner sobre la mesa de la comisión bilateral la financiación que precisa el Prat para su ampliación, lo que hace es crear un conflicto –y bien gordo– dentro del independentismo catalán y entre éste y sus socios no secesionistas. La polémica sobre el impacto ecológico de la ampliación ya ha provocado el rechazo al acuerdo de los CDR, que se suma al de la CUP y Los Comunes de la alcaldesa Colau, que seguramente apoyarán la macromanifestación convocada por el ecologismo catalán para el 19 de septiembre, en contra de la ampliación. Se espera una movilización masiva, la mayor desde las últimas revueltas catalanas. Sánchez juega a dividir a los independentistas en dos grupos, el que vive de llenarse la cartera y el que vive de vender ideales y llenar las vallas de las carreteras catalanas de desecho plástico de color amarillo. La jugada de Sánchez sirve para entretenernos en Las mañanas de La Uno, pero es poco probable que eso consiga romper la unidad de acción de las fuerzas secesionistas en lo que a la autodeterminación y el referéndum se refiere.

 

Mientras, la ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez García, preguntada por el impacto medioambiental de la ampliación del aeropuerto barcelonés, se descolgó con una menesterosa sarta de vaciedades defendiendo la sostenibilidad, el uso de biocombustibles y los viajes de largo recorrido, que ha hecho las delicias del personal en Twitter. Prometió que hoy la ministra de Fomento sería más explícita. A ver si le da tiempo de ensayar y prepararlo.

 

 

Y digo yo, que si al final no va a servir de nada regalarle esos 1.700 millones a la Generalitat, por qué no rescata el Gobierno de Canarias las peticiones realizadas a AENA y al Gobierno de España por los entonces presidentes del Cabildo de Gran Canaria y Tenerife, José Miguel Pérez y Adán Martín, para la segunda pista y la segunda terminal de los aeropuertos de Gando y Reina Sofía, respectivamente. Entre ambos proyectos, no llegaban a sumar la quinta parte de los millones que cuesta ya solo sobre papel la ampliación del Prat. Aunque es verdad que aquí no nos van a hacer ningún caso. Es porque no somos demasiado patriotas.

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