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Heimatlos, sin patria ni hogar

 

Por Alex Solar

 

 

Mario Vargas Llosa, en una entrevista radiofónica con un periodista colombiano, reproducida en una cabecera nacional, dedica unos minutos a despotricar contra el nacionalismo catalán, al que califica de “retrógrado”. Lo cual sirve al periódico español para titular “Jamás creí que Cataluña cayera en algo tan engañoso como el nacionalismo”. Se extiende el premio Nobel peruano en su diatriba para explicar que “en su tiempo” (es decir en los años 70, en los cuales residió en la Ciudad Condal) sus colegas intelectuales nativos no participaban de este ideario, que estaba reservado a los más viejos. Supongo que se refería a esos escritores republicanos exiliados, que prácticamente ya no existían. Los de aquella época, Barral, Marsé, Gil de Biedma, la llamada “gauche divine”, se sentían más próximos a la Europa de las libertades y particularmente a Francia, que era en realidad su modelo.

 

 

Cuando llegué a Barcelona despuntando los 80, percibí el aliento nacionalista en mis coetáneos, especialmente en los situados en la extrema izquierda trotskista que con el tiempo se integraría en Izquierda Unida. Eran, algunos de ellos, descendientes de emigrantes de otras regiones, pero que renegaban de sus orígenes, excepto de su clase, y llevaban nombres catalanes agregados a sus apellidos foráneos. También, por supuesto, en las capas medias y altas de la burguesía catalana se advertía el impulso por liderar esa corriente e instaurar a marchas forzadas una “normalización lingüística” que como primera providencia, sirviera de barrera para aglutinar a la tribu separándola del resto. Aunque a los extranjeros se nos invitaba a aprender su lengua como gesto progresista y de buena voluntad integradora, pues se nos recordaba que el catalán había sido combatido por el franquismo y se había convertido en la reserva de resistencia cultural y moral de un pueblo oprimido. ”Catalán es quien vive y trabaja en Cataluña”, era una de esas consignas “integradoras”.

 

 

Tal vez coincida con Vargas Llosa en su rechazo al nacionalismo por otras razones que las suyas, como una Barcelona cosmopolita que desapareció, supuestamente a consecuencia de este fenómeno. Algunos escritores de la Historia de la Literatura fueron nacionalistas y otros no. Pongo por ejemplo los casos de T.S. Eliot, ciudadano americano convertido en inglés, que presumía de ancestros en la isla y de sentirse “romano” por su cultura. Es propio de los artistas el fabricarse una nueva identidad, y ése es también el caso de otro poeta famoso, Rainer María Rilke, nacido en Praga bajo el Imperio austro húngaro y criado en la cultura alemana. En su juventud llegó a rechazarla y pretendió hacerse ruso tras una corta estancia en el país. Posteriormente intentó hacerse escritor en francés, lo que le ganó ser atacado en Alemania por ser un “renegado cultural”, a lo que Rilke contestó que se sentía “un buen europeo”. Pero más que eso, el poeta era un “heimatlos” , palabra alemana que significa “apátrida, sin hogar”. La condición de nuestro nacimiento, decía, “es provisional”. Poco a poco, dentro de nosotros mismos creamos nuestro propio origen, “de modo que podemos nacer allí, de un modo retrospectivo”. Con esto estoy muy de acuerdo. Para algunos, la patria está asociada a la gastronomía y los sabores de la “tierruca”, para otros a la nostalgia de un paisaje. Lo de la lengua ya me parece un pretexto para otorgarse privilegios. A los que carecen de una identidad cualquiera el fascismo nacionalista les dice que poseen el más vulgar de todos: haber nacido en un sitio determinado y hablar su idioma.

 

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