Viernes, 05 Diciembre 2025
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Fernando Núñez

 

Hubo un tiempo en que ir al hipermercado era casi un plan familiar. Coche, lista en mano y toda una mañana para llenar el carrito con comida, ropa, juguetes y hasta una bicicleta si hacía falta. Hoy, eso suena más a castigo que a plan de sábado. Los hipermercados están perdiendo fuelle, y no es casualidad: solo representan el 8,2 % del espacio comercial de alimentación en España. En cambio, los supermercados —especialmente los grandes, de más de 1.000 m²— ya se llevan el 91,8 %.

 

¿Qué ha cambiado? Básicamente, nosotros. Ya no queremos pasar horas haciendo la compra. Vivimos con prisa, valoramos nuestro tiempo y preferimos lugares que nos hagan la vida más fácil. Los hipermercados, con sus dimensiones monstruosas y su ubicación en las afueras, nos quedan grandes —literalmente—. No es práctico tener que coger el coche, aparcar, caminar medio kilómetro para llegar a la leche y luego hacer cola durante veinte minutos.

 

El supermercado grande ha sabido adaptarse a esta nueva forma de vivir. Tiene casi de todo, pero sin que la experiencia sea agotadora. Están más cerca de casa, son más manejables y nos permiten hacer la compra en 20 minutos, no en dos o tres horas. Son cómodos, rápidos y, además, cada vez tienen mejor oferta y buenos precios.

 

Pero además del estilo de vida, hay razones estructurales que empujan este cambio. Los hogares son cada vez más pequeños, con menos miembros y menos necesidad de comprar grandes volúmenes. La edad media de la población sigue aumentando, y muchos mayores prefieren comprar poco y cerca. Vivimos en entornos urbanos, donde la cultura del coche ha perdido peso. A diferencia de Estados Unidos, donde aún sobrevive el culto al hipermercado suburbano, en Europa la proximidad manda. Aquí, ni siquiera se contempla la idea de ir a un hipermercado: no es que vayamos menos, es que directamente no entra en los planes.

 

También hemos cambiado cómo consumimos. Ya no compramos para todo el mes. Vamos más veces, pero compramos menos. Queremos productos frescos, locales, sostenibles. Nos importa más la calidad que la cantidad. Y sobre todo, no queremos tirar comida. Esa idea del carrito desbordado y la despensa llena ya no nos convence.

 

El modelo del supermercado grande ha dado con la tecla: lo justo y necesario, sin complicaciones. Se ajusta a un estilo de vida más urbano, más consciente y más práctico. En cambio, los hipermercados se han quedado como elefantes en la habitación: grandes, pesados y un poco fuera de lugar.

 

Ya no estamos para maratones de compra. Queremos soluciones, no expediciones. Porque, seamos sinceros: ¿quién quiere perder tres horas un sábado cuando puede hacer la compra en media y tener el resto del día libre?


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