Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Madrid se ha convertido en un coladero de rumores: huele a adelanto electoral y el personal se ha instalado en una furia de hipótesis. Nadie lo confirma y, sin embargo, la sospecha crece como una niebla espesa sobre la política española. Se ha creado un ambiente peculiar, mezcla de miedo, cálculo y perfume de campaña. El detonante no ha sido esta vez una filtración de Moncloa ni una confidencia de pasillo de los ministros mejor informados, sino el veto presupuestario del Gobierno a una proposición de ley de Vox para modificar la Ley Electoral y permitir el voto en doble urna, una presencial y otra por correo.

 

El asunto parecería menor, si no fuera porque los motivos del  veto a la modificación propuesta por Vox han disparado todas las alarmas. El Ejecutivo bloquea la iniciativa alegando que supondría un incremento de los créditos presupuestarios del ejercicio en vigor, algo que solo tiene lógica y se sostiene si se prevé un proceso electoral dentro del mismo año. Pero según el calendario oficial, no hay elecciones previstas en 2025. El PP parece haber escuchado el ruido de las urnas camino de los colegios, y ha registrado una batería de preguntas en el Congreso: ¿a qué se refiere exactamente el Gobierno cuando habla de gasto electoral en curso? ¿Está pensando en anticipar las generales?

 

La sospecha se sostiene en la lógica política. Desde hace semanas, en los mentideros madrileños se comenta que Pedro Sánchez baraja un adelanto para antes del verano de 2026, o incluso en primavera si las encuestas lo justifican. El PSOE se escuda en un silencio medido, y los ministros de Sumar —los que quedan— reclaman una crisis de Gobierno inmediata para evitar “el colapso”. El mensaje de Sumar es que si no se reorganiza el Ejecutivo, la legislatura no llega viva al final del año. Pero los tiros no van por ahí: Sánchez ha demostrado capacidad de aguante para gobernar sin mayoría, sin presupuestos y son socios. Si se convocan elecciones es porque Sánchez cree lo que le dicen el CIS, su ex jefe de gabinete, Iván Redondo, y las encuestan que publican los medios del régimen: que si sigue creciendo el respaldo ciudadano a Vox, el PSOE puede llegar a convertirse en el partido más votado del país, aunque luego no gobierne, como le pasó al PP. Para Sánchez, la opción de que el PSOE sea el partido más votado es suficiente. Le permitiría vender la recuperación de su partido bajo su liderazgo y aguantar una etapa en el desierto. ES un hombre aún joven, y podría volver a gobernar cuando el PP y Vox destruyan cualquier posibilidad de un gobierno razonable.

 

Es verdad que el contexto no ayuda mucho. El Gobierno atraviesa una de sus etapas más frágiles desde la moción de censura de 2018. Los casos judiciales que rodean a su entorno —la trama de los tres colegas del Peugeot, el hermano del presidente, las investigaciones sobre Begoña, la participación del propio Sánchez en el rescate de Air Europa— han erosionado su autoridad moral. La coalición con Sumar se desangra en un goteo de reproches y rupturas internas. Y en el Congreso, la aritmética parlamentaria se sostiene por puro milagro: Junts asfixia, Bildu calla, y el PNV hace planes por su cuenta. En este escenario, Sánchez podría volver a hacer lo que mejor sabe hacer que es convertir la debilidad en oportunidad. Supo hacerlo en 2019, cuando trasformó la imposibilidad de sacar los presupuestos en una campaña triunfal. Y volvió a hacerlo en 2023, tras la derrota municipal, convocando las generales en pleno desconcierto del PP. Su instinto político le ha enseñado que es más rentable sorprender que aguantar.

 

El problema es que esta vez el contexto es muy distinto. Sánchez ya no controla el relato: los medios que lo blindaban están agotados, los aliados europeos lo miran con distancia y los sondeos reales apuntan que la izquierda se desangra. Anticipar las elecciones sería un gesto de audacia, una huida hacia adelante para salvar o que queda de la tropa.

 

Los populares, por su parte, no ocultan su expectativa. Feijóo y su equipo creen que el adelanto es la única carta que le queda a Sánchez para no hundirse, y preparan desde ya una campaña bajo el lema de “recuperar la normalidad”. Pero también saben que el presidente juega en otra liga: es capaz de transformar una derrota en victoria moral. De momento, los indicios se acumulan: el Boletín Oficial del Estado ha publicado contratos para el suministro de papeletas y material electoral, la Junta Electoral se ha mantenido inusualmente activa en la revisión de sistemas de voto, y Hacienda ha admitido —en una nota que pasó casi desapercibida— un incremento de 20 millones de euros en el capítulo de “procesos electorales”. Demasiadas coincidencias para un país que, en teoría, no votará hasta 2027.

 

Sánchez no necesita aún adelantar los comicios. Pero de momento mantiene la expectativa: nada moviliza tanto a su electorado como la posibilidad de perder el poder, la agenda política y la narrativa de resistencia. Un adelanto flotando en el aire le permite seguir siendo el centro de la conversación nacional.


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