PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Humo

Francisco Pomares

 

¿Quién es el padre Báez? ¿En nombre de quién habla? ¿Quién le inventó? El padre Báez, el hombre de la boina amarilla es un sacerdote grancanario, hasta hace unos días párroco en Lomo Magullo y responsable de dos ermitas de Telde, conocido por su sorprendente caracterización –siempre viste de amarillo– y sus heterodoxas opiniones, que en los últimos años han sido jaleadas por medios de comunicación –especialmente televisiones locales y la televisión canaria–, en las que se le ha invitado a menudo a explayarse con ideas que van de lo intrascendente a lo peregrino. En una sociedad diferente a la nuestra, los medios no habrían puesto nunca un micrófono delante a este personaje, martillo de herejes y dado a declaraciones de grueso calibre, acompañadas con frecuencia de un descarado repertorio de jaculatorias malsonantes. Lo que lo ha convertido a Báez en un personaje atractivo para los medios es que siendo sacerdote, interpreta desde hace años un papel que no parece compatible con la prudencia requerida a su ministerio. Baez es, en esencia, lo que hoy se define como «un friki». Y no lo es por su discurso religioso arcaico y en algunos casos preconciliar, completamente alejado del discurso actual de la Iglesia, lo es porque todo en él –su discurso desde luego, pero también su lenguaje atrabiliario, su vestimenta y el tono vehemente de sus intervenciones, en tantas ocasiones celebradas por las teles y convertidas en motivo de polémicas hipervitaminadas catódicamente– reproduce fielmente el modelo de lo que vemos todos los días en programas folclóricos o del corazón: livianidad presentada de forma asirocada, zafiedad y falta de empatía por la opinión ajena.

 

A Báez, conspicuo aprendiz de todas las mañas televisivas, se le somete ahora a un linchamiento mediático –desde púlpitos distintos al suyo, pero que son los mismos que le crearon– porque no es precisamente tan listo como él cree. Si lo fuera, no habría mezclado en una misma y larga frase en una en sus redes sociales la doctrina del perdón a todos los pecadores, asesinos filicidas incluidos –un clásico, este, de la Iglesia– con esa otra doctrina –también clásica de la Iglesia– que considera que el matrimonio debe ser indisoluble, y que romperlo abre la puerta a todos los males.

 

Personalmente, creo que a Baéz le falta riego, que es un hombre de otros tiempos y otros lugares, envanecido por su protagonismo más allá de la parroquia, pero no que sea un propagandista del odio, ni que quisiera –aunque la gramática de su diserto nos sirva para asegurar que lo ha hecho– señalar a la madre de Olivia y Anna como culpable de sus muertes. Ni por asomo creo que Báez pretendiera eso. Aunque vivimos en un mundo en el que da igual lo que se pretenda hacer o se haga, un mundo en el que lo que cuenta es la apariencia sobre la que construir el linchamiento. Y sobre todo, lo que yo creo es que al sacerdote Báez –sigue siéndolo, por cierto, se le ha apartado de sus funciones y se inicia un proceso canónico, que jamás podrá concluir en su expulsión del sacerdocio, porque la Iglesia no contempla la posibilidad de que un sacerdote pueda dejar de serlo–, al sacerdote Báez, digo, lo hemos convertido en la cortina de humo que nos permite castigar al monstruo de la estupidez, mientras no aparece el monstruo de maldad, al que buscamos para ajustar cuentas. Una cortina de humo para consolarnos del desastre que supone que casi dieciocho años después de la ley de violencia de género, sigamos sin medios para hacer frente a estas situaciones, desgranando día tras día la letanía de crímenes sin nombre, porque alguien no tenía recursos, instrucciones o cuajo para hacer lo que podría evitar que cosas así sigan ocurriendo. Una cortina de humo, en fin, sobre una política circense, en la que un presidente de Gobierno llama a la madre de las niñas asesinadas, pero no hay ministro que ofrezca garantías sobre la continuidad de la búsqueda el fondo del mar. Una cortina de humo sobre nuestra propia desmesura en la condena y destrucción del otro, aunque el otro sea un friki bocachancla que pasaba por allí, frente a nuestra pasividad y complacencia ante el horror cotidiano de los asesinatos de mujeres y niños.

Comentarios (0)