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La Cataluña del exaltado Torra  y  Eslovenia

 

Por Antonio Coll

 

Mi afectividad  con  Cataluña, procede,  principalmente,  de mis cinco años de estudios de  Ciencias de la Información,  en la Universidad  Autónoma de Barcelona, en  Bellaterra -1975-1980-.  Fue una época convulsa, enrevesada políticamente hablando. Con la desaparición del general Franco, en noviembre de 1975, viví momentos de extrema incertidumbre por las múltiples revueltas y manifestaciones que sucedían con frecuencia. De la tranquilidad de Lanzarote, al que estaba acostumbrado,  me tuve que adaptar a una situación extraña, pero jamás de miedo. Mi estrategia fue evitar mezclarme con los radicales y alejarme de las situaciones conflictivas entre manifestantes y las fuerzas antidisturbios. Con la llegada al Reino de España, del que fuera presidente de la Generalitat en el exilio,  Josep Tarradellas,  gracias a Juan Carlos I y Adolfo Suárez,  la vida en Barcelona se fue normalizando y los altercados fueron disminuyendo  y más,  sobre todo, con la Reforma Política, Constitución y elecciones generales y autonómicas.  Entonces, Barcelona era una ciudad cosmopolita, abierta al mundo.  El crecimiento turístico fue significativo y proporcionó un enriquecimiento en todos los sectores de la economía. El auge de la industria, en todos los ámbitos, situó a la ciudad Condal en una de  las más prósperas de Europa.   Con el gobierno de CiU de Jordi Puyol, en 1980 hasta el 2003, todo transcurrió en calma, gracias, todo hay que decirlo, por las concesiones de Felipe González y José Maria Aznar.  Con  Pascual Maragall 2003-2006 y José Montilla, -2006-2010,  ambos socialistas, el panorama de la vida en Cataluña  continuó, aunque los pactos tripartitos  de ambos,  con partidos de izquierda e independentistas como Ezquerra Republicana ( ERC ), Iniciativa per Catalunya Verds y otros,  marcaría el inicio de otro horizonte, con tintes radicales y separatistas. La vuelta de CiU con Artur  Más en 2010,   inició una etapa incierta, que se acentuó a finales de su mandato en el 2016,  con la elección de Carles Puigdemont que se tuvo que exiliar al proclamar de forma simbólica la república.  La llegada del actual president,  Quin Torra, en el 2017, eclosionó aún más la vida política y social de una de las comunidades más rica de Europa.  Sus recientes declaraciones en referencia a escoger la vía de Eslovenia como hoja de ruta para asentar la república en la comunidad catalana,  ha sido tachado por múltiples analistas de “ignorante” y  “ridiculez”. Como muy bien es sabido, Eslovenia se independizó de una dictadura, de una Yugoslavia en descomposición, después de  una férrea dictadura socialista gobernada primero por el general  Tito y más tarde por  el radical serbio Milosevic. La conclusión es que el Reino de España, no tiene nada que ver con la similitud que el “títere” Torra insinúa. Son perspectivas diferentes. Es una mayúscula irresponsabilidad de un presidente,  elegido gracias a la Constitución vigente que esté alentando a determinados grupos radicales para convertir una comunidad,  mayoritariamente pacífica, en un polvorín que puede provocar tragedias innecesarias.  Por eso,  cada vez más,  el político catalán -y su rebaño-,  empieza a estar ampliamente cuestionado, incluso por una parte de dirigentes afines.  Sin el aliento de la convulsa historia europea, expone el profesor Emilio Sáenz-Francés “es difícil comprender los porqués que llevan a una tierra rica y próspera,  parte de una nación que ha vivido sus mejores años en las últimas décadas -y que está integrada además en uno de los espacios de prosperidad más dinámicos del mundo – a arrojar ese patrimonio por la borda para perseguir una quimera absurda”.

 

 

Si bien la cuestión catalana es seria, tengo que decir, sinceramente, que ya me está aburriendo, casi como el Brexit. La crisis catalana, es cierto,  puede repercutir en la economía global del Reino de España y me preocupa, sobre todo,  su repercusión en las Islas Canarias.  El rancio populismo y el separatismo agresivo, no son buenos aliados para que los pueblos prosperen.  Y menos cuando se producen en una región que cuenta con una autonomía plena y competencias similares  a un estado federal. Responder de forma eficaz al irresponsable fenómeno separatista catalán, en un estado de derecho democrático y social, solo tiene la vía judicial y la contundencia del gobierno estatal.  La seguridad de los ciudadanos y la propia economía está muy por encima de sueños  quiméricos y sin fundamentos viables.  

 

 

 

 

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