Domingo, 14 Diciembre 2025
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Por Alex Solar

Gracias a mis visitas al super tengo en mis gavetas papeles de tiques de supermercado como para hacer confeti de aquí hasta el fin de mis días. Y kilos de basura en forma de envases perfectamente evitables en muchos casos. La cadena en la que compro habitualmente es francesa y una de las más grandes distribuidoras de lo que los expertos llaman GDM, o sea Gran Distribución Moderna. Esta ocupa nada menos que el tercer lugar entre las grandes del negocio en el ranking mundial, solo superada por dos americanas (Costco y Walt-Mart), tiene la estrategia de fidelizar a su clientela con descuentos en productos frescos y otros en promoción por medio de tarjetas que contienen nuestros datos y que le ayudan a dibujar un perfil consumidor que les permite controlarnos mediante el Big Data.


A menudo he visto comentarios de lectores de nuestros periódicos alegrándose de la implantación de nuevas marcas comerciales de grandes superficies en la geografía insular. Mejor, dicen, porque nos evitará tener que comprar en otras islas, y además porque crearán puesto de trabajo. La realidad de las cifras reflejadas en diversos estudios revela otra distinta de las que tenemos los ingenuos consumidores, como nos catalogaba un antiguo estudioso de la publicidad masiva, Vance Packard. Los grandes distribuidores globales ejercen una dictadura sobre las masas consumidoras, deciden lo que comemos y bebemos, cómo nos vestimos, como nos aseamos, en definitiva rigen nuestras vidas. ¿Cómo lo hacen? Estrangulando a los productores de las materias primas que reciben las migajas del valor comercial, que es de” cero coma” para el agricultor o ganadero (cada día desaparecieron 225 entre 2002 y 2010) y de un 60 por ciento o más para la empresa distribuidora, que se lleva la parte del león y deja atrás una tierra baldía en términos de explotación del territorio y medio ambiente, explotación laboral de la manos de obra y de sus propios trabajadores, además de una enorme destrucción de puestos de trabajo en los lugares donde se asienta y liquidando a los pequeños proveedores y comerciantes.


La estrategia de las grandes marcas de distribución del sector alimentario se modificó en 2008, en los comienzos de la crisis, cuando se dieron cuenta de la necesidad de asimilarse a los comercios de barrio dejando atrás el modelo de hipermercados a los que era necesario desplazarse en transporte privado. El Informe Nielsen les avisó de que era “mejor ir dos o tres veces al comercio cerca de casa con la cesta de la compra que llenar el carro a rebosar en la superficie de las afueras” . Las grandes superficies se disfrazaron de “colmados” o pequeños comercios adoptando su estética y valores siguiendo las recomendaciones de sus expertos en marketing que les marcaron las pautas necesarias para conseguir que se convirtieran en lugares de encuentros y conversaciones. El resultado fue dejar malherido o fuera de combate al comercio de barrio, que ya venía sufriendo este desgaste por décadas(las cifras de desaparición se cuentan en miles) y con los nuevos cambios quedaba reducido al mercado de las frutas y verduras. Sin embargo, la astucia de un empresario valenciano del sector de la alimentación vendría a darles la puntilla, al detectar el fenómeno y con astucia lograr que también este último reducto de mercado quedara en sus manos. Por otra parte, este tiburón de la GDM inventó una estructura comercial que por medio de duras exigencias a sus proveedores y una ideología casi sectaria transmitida a sus trabajadores, ha conseguido situar su imperio a la cabeza del ranking nacional y extranjero.


El sector textil y el de artículos para el hogar se ha desarrollado por los mismos patrones de dominación dentro del sistema global de explotación capitalista. El negocio de la comida hace que el mundo con siete mil millones de habitantes y que produce alimentos para más de diez mil millones de seres humanos, condene al hambre a uno de cada siete de los que habitan en el planeta. Las causas del hambre no son otras que la mercantilización a la que están sometidos los alimentos.


Producimos más, trabajamos menos, pero lejos de ser el paraíso eso significa que vivimos bajo una sigilosa, invisible dictadura del capital.


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