Viernes, 05 Diciembre 2025
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Francisco Pomares

 

Pedro Sánchez abraza a Santos Cerdán tras su reelección como presidente del Gobierno el 16 de noviembre de 2023

El recurso de amparo presentado por Santos Cerdán ante el Constitucional no es solo una declaración de principios —curiosos principios—, sino un mensaje con un claro destinatario. El exsecretario de Organización del PSOE no está pidiendo amparo jurídico, está exigiendo protección política. Y lo hace de forma clara, directa, sin rodeos. Lo que Cerdán plantea con absoluta desvergüenza no es la defensa de sus derechos, sino la amenaza de lo que pasará si no se le excarcela.

En su escrito, Cerdán afirma que su encarcelamiento no responde a razones judiciales, sino a la voluntad política de obtener una confesión. No especifica qué confesión ni quién la espera, pero resulta evidente que insinúa que lo han encerrado para que incrimine a alguien que está por encima de él. Y ese alguien, por jerarquía, por contexto y por trayectoria compartida, solo puede ser Pedro Sánchez. Cerdán no es un don nadie —no es la primera vez que lo digo—. Durante años ha sido la sombra de Sánchez, su emisario, su intermediario, su hombre de absoluta confianza. El propio Cerdán lo recuerda en su escrito: era “el tercero en la lista de Gobierno”, aunque nunca formara parte del Consejo de Ministros. Lo que quiere decir es que estaba en el centro del poder, en el corazón del sanchismo.

Cerdán no busca justicia. Lo que persigue es que alguien muy concreto le devuelva la libertad, porque si no lo hace, lo que él pueda contar hará saltar por los aires el frágil concilio de silencios que sostiene al presidente. Resulta difícil imaginar una formulación más obvia de chantaje, aunque venga envuelta en el lenguaje torpe del argumentario jurídico. Cerdán reclama la intervención del Constitucional porque —él mismo lo sugiere— se trata de un órgano domesticado por el Gobierno y susceptible de recibir “orientación” desde Moncloa. Si ya se hizo con la sentencia de los ERE o con la constitucionalidad de la amnistía… ¿por qué no con la prisión del hombre que negoció con Podemos y Bildu la censura a Rajoy, o los siete votos de Junts?

La simple posibilidad de que Cerdán se atreva a esgrimir ese cálculo produce escalofríos.

Es evidente que Cerdán cree que el tribunal presidido por Conde-Pumpido puede aún ser utilizado para corregir lo que el Supremo ha decidido y para evitarle a él seguir en prisión mientras desfilan por los medios y los dispositivos de toda España las piezas del rompecabezas siniestro en que se ha convertido el pasado feliz del sanchismo: contratos, grabaciones, informes, testimonios… Pero lo más grotesco no es su certeza de que la estación término de la justicia pueda manejarse desde Moncloa; lo realmente demoledor es que puede tener razón. Porque ese ha sido, durante años, el modo natural de proceder del poder.

Cerdán no está solo en esa lógica. Lo que cree y lo que espera forma parte de una cultura política donde el poder es un sistema de transacciones encubiertas, de reparto de castigos o recompensas, de fidelidades personales. Su caso no es una anomalía: es la consecuencia lógica de un modelo construido en torno al líder, en el que la impunidad es norma y el pragmatismo absoluto, la única ideología. Un sistema genuinamente sanchista, donde lo importante no es la verdad, sino el relato; no lo que se hace, sino cómo se vende. Un sistema donde han florecido los Koldos, los Ábalos, las Leires, los Cerdanes.

Esa es la verdadera radiografía de la descomposición política de nuestro tiempo.

Pero Cerdán ha sido leal. Se ha portado como un hombre de familia. Ha apretado los dientes y ha aguantado en silencio, mientras Koldo decide poner su archivo de curiosidades al servicio de su propia causa y sigue en la calle. Ha sido discreto, mientras Ábalos se pasea por las televisiones largando medias verdades y sigue cobrando su salario del Congreso.

A él lo han dejado solo. Ha sido el chivo expiatorio de este desastre. Y él no era un peón de segunda fila. Era el arquitecto de las negociaciones con Esquerra, el operador que tejió los acuerdos que mantienen a Sánchez en La Moncloa. Fue quien gestionó, en nombre del presidente, la moción de censura contra Rajoy. Quien logró la entusiasta colaboración de Podemos y el apoyo de Bildu. Quien viajó a Suiza para pactar personalmente con Puigdemont la amnistía imposible. No improvisaba: ejecutaba una estrategia de poder que ha funcionado hasta hoy. Él era el maestro de ceremonias. El que estaba en todas las claves. El que todo lo sabía. No Montoro, ni Bolaños, ni Ángel Víctor, ni Patxi. Él: el preso de Soto del Real.

Y ahora ha llegado el momento de recordarlo. Lo hace con un mensaje envenenado: “Si sigo en prisión, si Moncloa no me saca de aquí, si el Constitucional no interviene y me dejáis caer, contaré lo que de verdad ocurrió. Contaré lo que hablamos en el Peugeot, por qué Adriana se quitó de en medio, cómo organizamos ganar las primarias, el acuerdo con Patxi para parar a Madina, las trampas en la votación, cómo se usó lo de Sabiniano, por qué metimos a Koldo en la troupe, las risas con las golfadas de Ábalos, para qué hicimos a Chivite presidenta… y hasta el misterio mayor: dónde están los millones de Servinabar”.


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