Domingo, 14 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD

Francisco J. Chavanel

 

 

A lo largo de mi vida profesional he tenido la fortuna de conocer a grandes personalidades artísticas: Martín Chirino, Manuel Padorno, hermanos y familiares de Manolo Millares, Pepe Dámaso y César Manrique, entre otros. Todos ellos con sus diferencias, sus distintas visiones de la existencia y del arte, no eran políticos ni nunca quisieron serlo. Por encima de cualquier otra consideración el aliento de sus vidas residía en la obra artística, en “su” particularísima obra, en el mensaje y en esa magia que atrapaban en un instante de máxima lucidez.

 

Para todos ellos, sin excepción alguna, los políticos eran algo manejable e inevitable, con los que era necesario ponerse de acuerdo para financiarse y lograr el objetivo artístico. No conocí a ninguno que antepusiera la política a su verdadera identidad como creadores. De hecho, despreciaban la política, la manera de ejercerla, y el tener que bajar al subsuelo de hombres prácticos, con entendimientos de lo abstracto muy cortos, que rara vez escuchaban con atención. A todos los citados les he escuchado bramar contra los suyos y contra los otros; los he visto cambiar de bando e incluso de mensaje. Su patria eran ellos mismos, así de sencillo.

 

De repente la Fundación César Manrique se siente atacada estos días, coincidiendo con el centenario del nacimiento del genio al que le debe su nombre.  Se pone en discusión su utilidad y la instrumentación que efectúa del pensamiento y de la obra de Manrique. La exposición de la que es comisario el director de la FCM, Fernando Gómez Aguilera, es una reivindicación de sí mismo. Pretende recordar que César era, ante todo, un combatiente, un activista del medio ambiente, y llena las paredes de la Sala José Saramago con titulares de prensa en las que el artista denuncia distintas extralimitaciones del poder.

 

Pero de todas las cosas que dice, denuncia, menciona Manrique, siendo miles y miles sus quejas sobre el desarrollismo y la capacidad de carga de Lanzarote, no hay nada que lo defina como un socialista, o como alguien próximo al ideario socialista, o como alguien complaciente con el régimen de la Unión Soviética, muy de moda en Canarias en los años 70.

 

Ese el principal problema de la FCM: siendo una estructura montada por el propio César, su continuador, el citado Gómez Aguilera, la convirtió en un arma política vinculada al Partido Socialista y, ocasional y últimamente, a Podemos. Quien marca las políticas de Lanzarote, en gran parte, es la Fundación; quien le dice a la izquierda lo que debe hacer, a quien alabar, amar u odiar, es la Fundación… Y ese nunca fue el espíritu de César Manrique, que si hoy resucitara echaría a los fenicios que en su nombre se lucran.

 


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×