Viernes, 05 Diciembre 2025
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Fernando Núñez

 

En la memoria vitivinícola de Europa hay una herida que todavía supura: la filoxera. Este diminuto insecto, apenas visible a simple vista, arrasó en el siglo XIX los viñedos del continente, llevando a la ruina a regiones enteras y obligando a reinventar la viticultura a través de injertos en portainjertos americanos resistentes. Aquella catástrofe dejó una lección clara: la fragilidad del viñedo ante una plaga invisible pero devastadora. Y, sin embargo, Canarias —uno de los pocos territorios del mundo que se mantuvo libre de la filoxera— parece no haber interiorizado del todo el valor de su excepcionalidad.

El archipiélago canario posee un patrimonio vitivinícola único. Aquí sobreviven variedades prefiloxéricas, auténticos fósiles vivos de la historia de la vid, que en otros lugares desaparecieron para siempre. Malvasía, listán blanco, listán negro o vijariego no solo son parte de la identidad cultural de las islas, sino que representan una riqueza genética incalculable para la viticultura mundial. Perderlas sería un golpe irreparable, no solo para Canarias, sino para toda la humanidad.

El riesgo no es hipotético. La filoxera sigue presente en numerosos países europeos y en buena parte de la península ibérica. Su propagación puede producirse por vías tan variadas como el transporte de material vegetal infectado, el tránsito de semillas de vid o incluso la llegada de tierra contaminada adherida al calzado o a herramientas agrícolas. La globalización, con sus constantes intercambios comerciales y turísticos, multiplica las posibilidades de que el insecto cruce fronteras. Y una vez que se instala, no hay marcha atrás.

Por ello resulta incomprensible la laxitud con la que, en demasiadas ocasiones, se gestionan los controles fitosanitarios en Canarias. No basta con confiar en la suerte o en la relativa lejanía del archipiélago. Es imprescindible una política clara, estricta y sin fisuras: prohibir de manera taxativa la entrada de plantas, semillas de vid y cualquier material vegetal procedente de zonas afectadas por la filoxera. No se trata de un capricho proteccionista, sino de un blindaje vital para la supervivencia del viñedo insular.

Además, las instituciones deben asumir un papel proactivo en la vigilancia. Esto implica reforzar los controles en puertos y aeropuertos, dotar de más recursos a los equipos de inspección, establecer campañas de sensibilización dirigidas tanto a viticultores como a turistas y garantizar que cualquier intento de introducir material vegetal sin autorización se sancione con la máxima dureza. No hay margen para la negligencia.

La filoxera no es un problema del pasado: es una amenaza real y constante. Y la única respuesta posible es la prevención absoluta. Si se protege con firmeza el viñedo canario, se estará protegiendo no solo un sector agrícola, sino también la historia, la identidad y el futuro de unas islas que han sabido convertir la vid en parte esencial de su paisaje y de su alma.


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