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La mujer del manojo de llaves

Andrés Martinón

 

Debió de ser en 1977 cuando mis padres iniciaron la búsqueda de un colegio para mi hermana y para mi en Las Palmas de Gran Canaria. Una conocida de Lanzarote les había dicho que había un colegio que enseñaba en inglés y que estaba a escasos quince minutos a pie de nuestra casa. Mis padres decidieron ir en persona para ver el que sería  el futuro colegio de sus hijos.

 

Cumplieron con las indicaciones dadas y se plantaron en una especie de chalet de dos pisos en el final de la calle Juan XXIII. Según mis progenitores, lo que vieron no les pareció lo que se podría decir como un centro educativo convencional. Mis padres llegaron y vieron a una mujer, un tanto despeinada, que barría escoba en mano, una de las aulas. Preguntaron por la directora o encargada y esta mujer afirmó ser la persona que buscaban. Su español era correcto pero con un acento un tanto extraño. Mis padres no entendían y reclamaban a la responsable. Por segunda vez, esa mujer dijo que era la directora. Que era Beryl Pritchard.

 

Esta mujer recibía 42 años después la Medalla de Oro de Canarias, entregada por el presidente del Gobierno regional, Fernando Clavijo, como premio al carácter emprendedor y a una vida entregada a la educación. Un reconocimiento que confirma la reputación del Canterbury School, un centro que ha formado a más de 5.000 estudiantes; un entramado que cuenta con numerosos inmuebles, con un colegio con instalaciones envidiables como teatro, pabellón deportivo cubierto, otro centro en el sur de Gran Canaria, la adquisición del Edificio Milton, una de las joyas del patrimonio urbanístico de Las Palmas, etc.

 

Yo no conozco el esplendor actual. Mi época fue la primera. Fue en la que Mrs Pritchard (como se le llamaba) dedicaba toda su vida al desarrollo de su pasión. Esta mujer que debe estar ya pasados los 85 años se multiplicaba según las necesidades. La primera función era abrir el cole. Y quien conoció esa época se acordará de su manojo de llaves: un conjunto de unas 45 llaves que portaba siempre con ella. Ahí tenía el acceso a cada una de las puertas de su “creación”. Calculo que aquel amasijo metálico debía pesar cerca de dos kilos. Igual exagero pero el tiempo también hace mella en mí.

 

Mrs Pritchard llegaba todas las mañana con una pequeña Seat Trans o Panda (no me acuerdo bien), en el que llevaba la saca de pan. Si la cocinera faltaba, ella misma hacía los bocadillos de la merienda. Me acuerdo que un día le tocó a hacerlos. Recuerdo que el bocadillo era de chorizo Revilla y mantequilla (para los que sean jóvenes, en los 70 y 80 todo bocadillo tenía que tener mantequilla, aunque fuera de un ibércio cinco jotas). Ella nos hablaba siempre en inglés y yo quería que le pusiera más chorizo. Mi problema es que me creía que cuando ella decía “More butter?” yo creía que butter era chorizo. Y claro más mantequilla me ponía. En fin, un lío.

 

 

Ella era la profesora de inglés pero si fallaba el de gimnasia, daba gimnasia. Si fallaba, el de música: a cantar. En fin, que no sólo era el pulmón del colegio, era el pulmón, el corazón, el hígado y el resto de órganos vitales que uno pueda saberse.

               

No he seguido de cerca el porqué de la Medalla de Oro de Canarias a Mrs Pritchard pero no creo equivocarme al decir que ella transformó la forma de educar en Canarias. Y es que hay que ponerse en perspectiva, en los años 70 los únicos colegios que enseñaban en inglés eran el Americano y el British y eso era precisamente lo que hacían: enseñar en inglés para ingleses, americanos, colonias de ciudadanos originarios de la India y extranjeros varios. Pritchard entendió la necesidad de un colegio completamente bilingüe, dándole la importancia a las asignaturas en inglés pero no olvidando que eran alumnos españoles en una sociedad canaria y por tanto española.

 

Actualmente, con las instalaciones del colegio Canterbury en Almatriche, el salto de calidad es espectacular. Hoy en día, los alumnos llegan hasta Segundo de Bachillerato, mientras que en nuestra época, en Octavo de Primaria estabas fuera. Con 13 o 14 años te ibas al instituto u otros centros de Educación Secundaria. Si sigues hoy a los alumnos que salen del Canterbury, muchos de ellos terminan Bachillerato y dan el salto a universidades británicas, algunos tan prestigiosas como Oxford o Cambridge, lo cual me da una envidia sana, pero es envidia, que no deja de ser un pecado capital. Cuentan con instalaciones espectaculares: su equipo de baloncesto da jugadores a la selección española, como es el caso de Santi Aldama y solo ver su equipación: verde impoluto con las letras Lions serigrafiadas me hace sentirme aún más envidioso.

 

Voy terminando, yo soy de la quinta del 73, es decir, la cuarta generación que salió del Canterbury. No fuimos especiales por ello, pero sí hay que destacar que fuimos la última generación en la que nuestra clase era la única del curso. Para que me entiendan, cuando hicimos Octavo de EGB eramos simplemente Octavo. Pero el curso que venía detrás ya se dividía en dos clases; ya se veía la demanda que en Las Palmas se iba ocasionando en cuanto a familias que querían que sus hijos estudiaran en inglés.

 

La virtud de Mrs Pritchard fue dar la posibilidad a matrimonios, como mis padres, de no optar por la educación que se llevaba en aquel momento: colegios tradicionales normalmente relacionados con la iglesia. Se abrió una nueva forma de educar y hacer un poco más europea a la sociedad canaria.

 

Lógicamente, este artículo va dedicado a Beryl Pritchard; a los más de 5.000 alumnos que estudiaron en el Canterbury School; a los padres que en aquel momento se arriesgaron a exponer a sus hijos a un modelo educativo sin garantías; a los que lo hicieron en el viejo colegio, porque fueron ellos y sus padres los que dieron credibilidad al proyecto y, por supuesto, a la generación del 73 que no sé si fue la mejor, pero fue la mía.

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