Domingo, 14 Diciembre 2025
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Por Alex Solar

 

En el año 500 a.J.C. , Confucio  consideraba la pobreza como una de las calamidades que un gobierno debe evitar, porque su existencia ponía en peligro la paz social. En el Siglo XVI la pobreza se extendía como la peste en las ciudades de Europa, repletas de mendigos, pícaros y prostitutas. En 1526, por encargo de la ciudad de Brujas, el humanista valenciano Juan Luis Vives escribe el primer tratado sobre la pobreza, De subventione pauperum, con el objeto de averiguar el número y los tipos de pobres, de manera que con estos datos pudieran adoptarse medidas no tanto humanitarias, sino para proteger a la sociedad de los robos y  las enfermedades contagiosas. El valenciano, sin embargo, espantado ante la dimensión del problema, llegó a la conclusión que no debería dejarse en manos de las instituciones caritativas o la limosna individual a los pobres y mendigos, sino  que ésta era una tarea que debían asumir los podres públicos, o sea los municipios.

Sin saberlo, el ilustre alumno aventajado de la Universidad de Valencia estaba sentando las bases de lo que en un futuro se llamaría “el Estado de Bienestar”, que se inició en los años 60 y 70 del siglo XX, con medidas destinadas a combatir la pobreza con aumentos de salarios, regulación de los mercados financieros y sistemas de educación que garantizaran una promoción  de las masas desposeídas y contribuyeran al equilibrio social. La pobreza, la calamidad de la que hablaba Confucio, era considerada evitable y de la caridad se pasaba a un nuevo concepto para resolver el problema: justicia.

Bien avanzado nuestro siglo, la desigualdad sigue siendo una lacra, a pesar de existir una Declaración de Derechos Humanos en 1948,  que ya establecía la necesidad de acabar con la miseria y el hambre humanas. El neoliberalismo ha triunfado en su cruzada contra el Estado del Bienestar y ha instaurado una financiarización de la economía en vez de una economía real. La desigualdad aumenta,  y esto es un factor que dificulta el crecimiento. Según los 700 expertos mundiales que suscribieron el informe Global Risk en 2014, en Davos, la desigualdad de ingresos es el mayor problema que enfrentamos en la próxima década, junto al cambio climático, el alto desempleo, las crisis fiscales y los riesgos geopolíticos.

En España, 2,4 millones de personas son parados de larga duración, 1, 8 millones de hogares tienen a todos sus miembros en paro. Algunas autonomías han establecido rentas mínimas, pero solo la del País Vasco se acerca a la renta que la Carta Europea estima para no llegar al umbral de la pobreza ( 674 euros). En 2010, el 80 % de los desempleados tenían algún tipo de cobertura, en este año 2017 que acaba no llegan al 56%.

Tampoco los asalariados, unos 14 millones, pueden llegar a fin de mes sin dificultades. El colectivo de los jóvenes (tasa de paro, 33,9 % ) es el que sufre la mayor inestabilidad y el 72, 9 de estos jóvenes con trabajo tiene contratos precarios (la media de la UE es de 48%).Su tasa de emancipación no llega al 20%.

La pobreza, como la define el Nobel de Economía Amartya Sen, es a fin de cuentas, falta de libertad. Por lo tanto, un índice de cómo funciona una sociedad democrática.

 


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