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La prórroga

Por Guillermo Uruñuela

 

¿Alguien me podría explicar para qué sirve la prórroga en los partidos de fútbol? Para deshacer un empate no lo acepto como respuesta; es demasiado obvia y vamos a intentar avanzar un poco más.

 

El balompié se ha alejado peligrosamente del verde para acercarse o al negocio, o al espectáculo. El primer enfoque me chirría aunque me intenten convencer de que sino no podría mantenerse el nivel económico de algunas competiciones. El segundo no me desagrada del todo.

 

Vamos a tomar como referencia la versión lúdica del fútbol. La gente acude a los campos o sigue por televisión los partidos para divertirse, a excepción de un pequeño grupo de profesionales que se dedican a este mundo y mantienen una visión subjetiva en pro de unos resultados o de unos intereses particulares.

 

La prórroga hace daño al fútbol porque son aburridas, tediosas, insoportables -entorpecen el espectáculo- y cuando el árbitro señala el final reglamentario todos estamos ansiosos por llegar a la tanda de penaltis. De hecho, cuando en estos 30 minutos extras algún malnacido anota, nos fastidia lo mejor de la eliminatoria.  No nos engañemos todos queremos llegar a los once metros.

 

“Todos los que corren detrás de la pelota se aferran al empate por el miedo a perder”

 

¿Por qué motivo son malas las prórrogas? La explicación es sencilla y es que el futbolista tiene su cuerpo adaptado a un esfuerzo determinado durante un tiempo concreto (no me imagino un maratoniano llegando a línea de meta para, así de buenas a primeras, meterse 10 kilómetros de más en las piernas). El resto es una tortura -para jugadores y espectadores- que le resta valor al encuentro, porque todos los que corren detrás de la pelota se aferran al empate por el miedo a perder.

 

Propongo dos soluciones que enriquecerían el asunto. Una buena opción sería directamente mandar esta pantomima al infierno y, tras la disputa de los noventa minutos pautados, dar paso a tanda. Otra (quizá ésta sea en mi opinión la más atractiva) alternativa podría ser lanzar las penas máximas antes del encuentro. Así, de esa manera, se condicionaría el resto del choque y uno de los dos equipos estaría obligado desde el minuto uno a ir a por la victoria sin especulaciones, porque a alguno de los dos combatientes ya no les serviría el empate.

 

Les lanzo este breve artículo para que reflexionen y quizá ,sin pretenderlo, pueda llegar a oídos de algún dirigente de la FIFA. Seguro que muchos de ellos, entre juicio y juicio por tráfico de influencias, prevaricación o corrupción, tienen tiempo de sopesar mis medidas para favorecer visualmente el desarrollo de los campeonatos.

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