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La vida y sus cosas

Mar Arias

 

En ocasiones, la vida, que es así de particular, se mete por medio y te cambia los planes. Tú, que sigues pensando que tienes voz y voto en lo tuyo, te organizas, coordinas tu día a día, tu futuro, o lo que te gustaría hacer de él, y ella, como buena prestidigitadora, con un punto de mala leche, en un solo movimiento te tira al piso todo tu fantástico castillo de naipes.

 

Y así nos ha pillado a todos, haciendo castillos en el aire, cuando, de repente, un apocalíptico virus llegado de no se sabe bien donde, aunque todos apuntan a China salvo la potencia asiática que no quiere cargar con las culpas (¿qué tendrán las pobres que nadie las quiere?), vino a desmontarnos los planes. Todos los planes.

 

Y no, no ha habido verano tal y como estaba planeado, los trabajos se han dado la vuelta como un calcetín, el colegio se ha convertido en algo que no conocíamos, los padres se han convertido en profesores y los profesores no daban abasto, y la única cosa segura que tenemos cada día al levantarnos, en esta mal llamada nueva normalidad, que no tiene nada de normal, aunque eso no nos lo cuentan en la radio, es incertidumbre. En efecto, inseguridad, temor y más casos de covid-19 que crecen como la pólvora.  

 

Nos ha quedado un pavor que se puede leer en los ojos, lo único expuesto de nuestros rostros detrás de las mascarillas, a un nuevo confinamiento y a que la economía, que va en caída libre, siga descendiendo hasta llevarnos a todos con ella. Es preciso aguantar el miedo, cumplir las normas y seguir hacia delante porque hacia atrás no podemos ir, eso no está permitido. Esa es otra de las reglas no escritas de la vida, no se puede avanzar si nos empeñamos en retroceder. Ni se puede, ni se debe.

 

La vida es una bromista inaguantable, una vieja sabia con malas artes que sabe como bajarnos los humos, como convertir el inigualable verano español en una cárcel sin barrotes. Como hacernos temer todo lo que amábamos. A veces… solo a veces… la vida da miedo.

 

Pero no siempre, en otras ocasiones, la vida es un beso pringoso de un niño, es una caricia, un abrazo, una voz cálida al otro lado del teléfono, las risas con los amigos, la mano en tu mano, la seguridad que da saber que los tuyos están ahí, cerca o lejos, pero ahí, la luz infinita de los amaneceres, el olor del café recién hecho, el sabor de un beso robado o la oscuridad estrellada de una noche de verano en, digamos, La graciosa, por la noche, un día de diario con pocas luces artificiales. La vida, en ocasiones, en muchas ocasiones, es un enorme regalo inmerecido. Y volverá a serlo. Volveremos a mirarnos las sonrisas, además de los ojos. Volveremos a hacer castillos en el aire. Volveremos a esa normalidad, a veces despreciada por aburrida y que ahora tanto echamos de menos. Volveremos a ser lo que éramos, es solo, eso, que la vida tiene sus cosas.

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