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La voz de la conciencia

Fran J. Luis

 

 

Una de las cosas que más miedo da en este mundo es que en algún momento de tu vida alguien te pueda acusar de algo que no has hecho, te juzguen y no puedas evitar una condena.

 

Hay personas que han cometido delitos pero han salido impunes. Unos por falta de pruebas, otros por subterfugios legales y, en general, una serie de circunstancias que juegan a su favor. Supongo que en muy pocos casos ha sido por llevar a cabo “el crimen perfecto” que, al parecer, no existe.

 

Pero también son muchos los casos de personas que han sido condenadas por un supuesto delito y que, con el paso de los años, se ha demostrado que finalmente no estaban implicadas en él. ¿A estas personas quién les devuelve su honor? ¿Cómo se deben sentir sabiendo que han sido condenadas injustamente? ¿Qué grado de impotencia deben sufrir cuando no les queda más remedio que resignarse y aceptar esa condena?

 

En un momento todo puede cambiar. Hoy tienes una vida plena y eres feliz y mañana te privan de todo lo que te rodea. Es un mazazo en toda la cara. Lo peor es que las personas que te rodean ya no te vuelven a mirar igual. La sombra de la duda (o directamente de la culpa) cae sobre ti. ¿Cómo actuar a partir de ahí? ¿Puedes seguir siendo tú mismo? Da igual lo que digas, lo que hagas, lo que justifiques… a priori eres culpable. ¿Dónde queda la presunción de inocencia de la que tanto se alardea en esta sociedad?

 

¿Acaso los jueces siempre tienen la razón? Ellos analizan las pruebas, los supuestos hechos, escuchan a las partes... pero, sobre todo, hacen cumplir la ley. Algo debe de fallar cuando se condena a inocentes. ¿Quizás interpretan algunas cosas y se desvía la realidad? No debería ser así, ¿no creen?

 

Todo esto se puede extrapolar a cualquier ámbito de la vida. Existen personas de a pie que se autoerigen en pequeños jueces del mundo cotidiano. Juzgan acciones de los demás con una tranquilidad pasmosa e interpretando la realidad a su antojo. Al final, el resultado en el sujeto condenado es el mismo: resignarse y aceptar la injusta condena.

 

En cualquier caso, todos tenemos una jueza suprema, la conciencia, que está por encima de todo lo demás. Nos atormentará si somos culpables, nos liberará si no lo somos, aunque el resto del mundo piense lo contrario. A algunas personas no les afectará ni una cosa ni la otra…

 

Así que allá cada cual con la suya.

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