Las piedras renombradas

Francisco Pomares
Rosa Dávila y Lope Afonso han anunciado que presentarán una moción en el Cabildo para renombrar el monumento a Franco de Ávalos como monumento de la Concordia, cumpliendo así con la sentencia que obliga al Cabildo a convertirlo en Bien de Interés Cultural. Probablemente la intención de ambos es bienintencionada y respetuosa con la decisión judicial, pero a mi juicio es otra de las estupideces que jalonan el debate sobre la memoria. ¿Realmente llamar monumento a la Concordia a la estatua erigida y financiada por los chicharreros por suscripción popular alienta la cultura democrática?
No es la primera vez que escribo sobre este asunto: yo no soy partidario de derribar estatuas ni símbolos del pasado, ni de que la democracia imponga su memoria sobre la preservación del patrimonio. Eliminar el pasado es -a mi juicio- una forma de ocultarlo, de negar o falsificar lo que existió y no fue bueno. Cada país ha afrontado sus propios problemas con el pasado de forma distinta: en Italia, no se tocó ni uno sólo de los monumentos del fascismo, quizá los italianos están más acostumbrados que otros a convivir con la historia y su barbarie. Por el contrario, en Alemania, no queda la más mínima referencia al pasado nazi del país, entre otras cosas porque el país fue arrasado por los bombardeos, y no sobrevivieron muchos monumentos, con la excepción del gigantesco estadio de Núremberg. Pero los alemanes también tardaron una generación en incorporar la memoria del Holocausto. Alemania fue arrasada por el nazismo, la guerra, y el exterminio judío, e hizo todo lo que pudo por olvidar lo ocurrido.
En España, el debate sobre la memoria histórica se plantea muy tarde, un cuarto de siglo después del inicio de la Transición, y es ya en su origen un debate absolutamente viciado, polarizado, mezquinamente instrumentalizado para ajustar cuentas al adversario político. Quizá por eso, las leyes de memoria no son sólo un ejercicio de arqueología política. De hecho, tratan los huesos de una manera, y a las piedras de otra. Los huesos reciben un trato moral, pero con las piedras se distingue: porque las piedras son símbolos, esculturas, monumentos, pero también edificios donde se practicó el terror, como el edificio del Parlamento de Canarias, antigua Audiencia, en la que se dictaron sentencias de muerte. Pero no vamos a tirar los edificios… Lo que plantea la ley de Memoria ahora Democrática, no Histórica, es recuperar los edificios, revocando su pasado con algún tipo de exorcismo o liturgia democrática, y a las esculturas y los símbolos hacerlos desaparecer, sacarlos del espacio público, ocultarlos. Excepto, claro, que se trate de piezas con valor artístico. La representación chicharrera de la victoria de Franco en la Guerra Civil debe preservarse porque es obra de un artista. Si fuera cosa de un mediocre, podríamos tirarla a la basura. Yo tampoco estoy de acuerdo con eso: creo que las obras de arte deben preservarse, y las mediocridades también, si nos explican el pasado. Franco ganó la guerra y gobernó durante 40 años de Dictadura, y ahora lo que se propone es que escondamos cobardemente que esa guerra y esa Dictadura existieron. Aunque la polarización afecta a todo, la derecha y la izquierda sientes una parecida aversión por el pasado. La derecha dice que no hay que ocuparse más de estos asuntos, que ya pasó y es mejor olvidarlo todo, y la izquierda lo que dice es que hay que retirar las estatuas y los símbolos para que nadie los recuerde.
Yo creo que hay que dejarle todas esas piedras a las futuras generaciones, usar los símbolos para explicar –a todos los que aún quieran una explicación- que durante 40 años España vivió una Dictadura que fue el resultado de una victoria violenta y fratricida que acabó con las libertades, liquidó cualquier oposición y fomentó el miedo, pero que no todos los años de esa Dictadura fueron igual de crueles, ni todos los que sirvieron a la dictadura fueron criminales, y que eso explica que una sociedad tan liberal y tan cosmopolita como dicen que era la nuestra, levantara de su propio bolsillo un monumento al Caudillo ganador. Porque las sociedades se adaptan y trasforman, la gente se acostumbra al poder del que manda, y la Democracia se derrumba cuando los demócratas se odian y maltratan entre sí.
Yo no creo que haya que tirar monumentos, ni reescribir la historia. Creo que hay que contarla. Creo que las nuevas generaciones tienen derecho a saber porque en una esquina de esta ciudad hay un monumento a un dictador, y frente al Cabildo una cruz levantada en honor a la mitad de los muertos de la patria, y en el Palacio de Carta van a exhibir un viejo cañón que le arrancó el brazo a un tal Horacio Nelson, tatarabuelo lejano de muchos de nuestros turistas.
Creo que cambiar de nombre las piedras de Ábalos no resuelve ningún problema. Sólo oculta la verdad. Creo que lo que hay que hacer es explicar por qué están ahí, por qué esta ciudad las puso ahí, y porqué aún sentimos tanta vergüenza de que algo así ocurriera.