Viernes, 05 Diciembre 2025
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD


Myriam Ybot

 


A abril le pasa un poco como a marzo: ambos contienen jornadas significativas que los empapan de principio a fin. Si el segundo se tiñe de violeta por el Día de la Mujer, el primero cobra el colorido de la tinta del calamar sobre el blanco de las páginas, o de las mil una gamas de cubiertas e ilustraciones, en el Día del Libro.


Con un empeño que alimenta la confianza en que, finalmente, no nos extinguiremos de inmediato (guiño a mi amiga Enri, que vive entre la duda y la esperanza), administraciones y entidades privadas, comercios y asociaciones, suman fuerzas y esfuerzos para promover el impulso lector como vehículo para la introspección y elixir para reforzar el espíritu crítico, que opera como sistema inmunitario del cuerpo social.


Pero como ocurre con la reivindicación feminista, que no debe circunscribirse a una única fecha, la promoción del consumo literario se hace todo el año, y de resultas de esta voluntad, el número de libros vendidos y prestados crece; y el desangrado y la lenta agonía de las librerías parece haberse detenido. Por fin, ni las pantallas ni los formatos electrónicos pudo con el papel, como el vídeo nunca mató a la estrella de la radio.


Pero no venía yo a hablar de mi libro ni de ninguno otro, sino del fenómeno creciente de los clubes de lectura, que reúnen en torno a una mesa los placeres de la palabra escrita y de la palabra hablada. ¡Pues qué enriquecedor resulta comentar lo leído, contrastar opiniones y ampliar la mirada sobre los textos, mucho más allá de lo imaginado! Si les pasa que después de un cine se mueren por descifrar la peli en grupo, hacerlo con una novela o un poemario cobra dimensiones estratosféricas. Incluso, si el título elegido no te ha colmado, el rechazo compartido tiene su punto. Lo ha dicho la psicoanalista Lola López Mondéjar recientemente: “Los clubes de lectura son espacios revolucionarios”.


En este Lanzarote efervescente de creación artística en todas sus facetas, porque lo local lo facilita y el territorio lo contagia, las quedadas de gente que lee y habla han proliferado de manera que cada municipio, en torno a su ayuntamiento, a su biblioteca o de manera particular, cuenta con su club, más o menos modesto, más o menos nutrido, pero todos ellos igualmente corajudos y valiosos.


Mi silla está en la Biblioteca Insular, donde, dos jueves al mes, bajo la guía y el asesoramiento de los profes de Literatura y escritores Fabio Carreiro y Yolanda Ruano, ponemos en común las emociones que nos deparan Rulfo, Wolfe, Dostoyevski, Eliot o Chejov, páginas que son viejas conocidas en unos casos o luminosos descubrimientos en otros. Como quienes se reúnen allí y comparten sin tapujos ni vergüenzas.


Porque nada hay de extravagante o cuestionable en una apreciación personal; de cualquier propuesta puede extraerse una reflexión, cualquier pensamiento puede ser palanca de cambio, cualquier espacio para la conversación es una buena noticia.

 


PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
×