Lentejas

Francisco Pomares
Las fiestas del Pino en Teror dieron ayer lunes para algo más que procesiones y sentidos discursos sobre la tradición y la idiosincrasia. Nos regalaron también un nuevo encontronazo (no llegará la sangre al río) entre Clavijo y Torres. El presidente canario y el ministro coincidieron en la romería, pero ni la intercesión de la virgen les pone de acuerdo en lo de la quita de deuda. Clavijo insiste en que no es justo que a catalanes y andaluces se les condone casi mil euros más por habitante que a los canarios. Torres, en cambio, no ve problema alguno en ese reparto desigual y no entiende —o eso dice él— cómo alguien puede rechazar que le borren de un plumazo 3.200 millones de deuda autonómica.
En realidad, ese rechazo es muy sencillo de entender. Lo que el Gobierno de Sánchez plantea no es una oferta generosa, sino un plato de lentejas: si quieres, las tomas; y si no, las dejas. El problema no está en que se condone deuda (un camelo, la deuda sigue existiendo, sólo que en vez de pagarla usted con la parte de su IRPF que se queda Canarias, la paga con la parte de su IRPF que se queda el Estado. Pero pagarse se paga, vaya que sí, y siempre de su bolsillo, excepto si usted es residente en el País Vasco o Navarra, o en Cataluña. En las regiones del norte, los fueros y el cupo libran a sus habitantes de pagar la parte que les tocaría. Y en Cataluña ocurrirá lo mismo desde que se firme el concierto fiscal que Puigdemont exige al Gobierno de la nación para seguir manteniendo al presidente Sánchez en su rol de zombi sin presupuestos. Ya solo por eso, la quita es una estafa monumental. Las regiones más ricas se libran de pagar, y serán las más pobres las que se hagan cargo del apaño que el Gobierno nos ofrece. Y por si eso fuera poco, está el hecho de que la quita es profundamente injusta y desigual: como de lo que se trata es de perdonarle a la manirrota Generalidad de Cataluña la pasta gastada a manos llenas en inmersión lingüística, embajadas, estudios sobre la sardana, tres por cientos y otras sabrosas butifarras, la única forma de hacerlo es castigando económicamente a los que sí han hecho los deberes.
Canarias, que ha gestionado sus cuentas con más prudencia que otros, se encuentra ahora con que debe asumir parte de la deuda de comunidades más derrochonas, y a cambio recibe menos alivio por habitante. Clavijo lo ha resumido con ironía inusual en él, de natural tan circunspecto que da grima: “a uno se le queda cara de bobo”, ha dicho. Y sí, eso es exactamente lo que nos pasa a todos los contribuyentes canarios, mientras el ministro nos recrimina no aceptar con alegría que nos den por saco. Torres es un poco jeta cuando acusa a los de aquí: la situación recuerda al empresario que sube los salarios un 30 por ciento a sus empleados más endeudados, a los más gastones, y a los que no han tirado la casa por la ventana, les sube sólo un 5 por ciento miserable. ¿No tendrían derecho a quejarse? Torres prefiere explicar que los criterios han sido “parámetros varios”: afiliación a la Seguridad Social, población ajustada, pérdidas por la pandemia… Un galimatías técnico para ocultar lo esencial: la desigualdad.
El ministro defiende la propuesta de Moncloa porque no puede hacer otra cosa. Como secretario general de los socialistas canarios, sabe que este trago le cuesta caro en casa. Pero como miembro del Gobierno de Sánchez, repite obedientemente el argumentario: lo importante es que Sánchez pueda justificar con estos 3.200 millones los quince mil que le condona a los Puigdemont y los Junqueras. Y poco importa que el dinero no pueda destinarse a dependencia, vivienda o educación, como falsamente repite Torres, vendiéndonos humo como política social. Al pobre no le queda otra: a la espera del informe de la UCO, el mejor sitio donde aguantar es el Consejo de ministros, ministras y ministres.
Clavijo, mientras, se prepara para pelear en casa lo que espera conseguir con buenas palabras fuera. Su idea de un decreto Canarias, un texto específico que blinde la agenda pendiente del Archipiélago y evite que sus reivindicaciones sigan atrapadas en los ómnibus de Moncloa, es una ocurrencia con recorrido. Por eso busca sumar a patronales, sindicatos, universidades y partidos en un frente común. La estrategia es insistir hasta el aburrimiento que si el PSOE y el PP firmaron en su día la agenda canaria, para garantizar la investidura de sus jefes, no deberían negarse ahora a votarla.
Y sobre la tensión entre Clavijo y Torres, decir que es inevitable. Uno quiere marcar perfil propio y demostrar que gobierna por y para Canarias, sin dejarse contagiar por la bronca nacional. El otro se aferra a la disciplina de su partido y el interés de su señorito, incluso cuando eso supone aceptar un trato desigual para su tierra. Esa obediencia ciega tiene como precio arriesgarse a perder el afecto de la gente. Porque en Canarias se entiende perfectamente la injusticia de un reparto que premia a los más ricos y castiga precisamente a los más pobres.
Torres dice no entender la postura de Clavijo. Yo creo, sin embargo, que la entiende perfectamente: hay que tener mucha hambre, o muy poca dignidad, para venderse por un plato de lentejas.