Los libros y el verano

Mar Arias Couce
El inicio del verano sabe a cerezas, a sardinas asadas y huele a fuego, a hogueras junto a la playa, y a mar. No hay un sentimiento comparable al que percibe un estudiante cuando terminan las clases y los días son más largos, más luminosos, a la noche le da modorra llegar y cuando dan las nueve, el cielo sigue siendo azul.
Sabe que por delante tiene un largo verano sin estrenar, con todos sus días intactos para disfrutarlos plenamente, sin estudiar, sin madrugar, sin obligaciones.
En mi caso, mi madre es profesora, nada más acabar las clases, ya tenía una ristra de libros de vacaciones, no fuera a ser que me olvidara de todo lo aprendido durante los meses de estío. Pero lo que más me gustaba era la otra torre de libros de mi mesilla. Cuentos, novelas, cómic… eran el regalo de mi abuelo, librero, por las buenas notas. Y sólo por eso, merecía la pena haberse esforzado durante todo el año.
En julio y en agosto iba desgranando sus hojas con auténtica emoción, y cuando llegaba septiembre, tenía que regresar a la biblioteca porque ya no me quedaba nada que leer.
Yo he tratado de preservar esa costumbre, y todos los años cuando acaba el curso, le regalo libros a mis hijos, pero debo decir que sin la misma fortuna.
Al mayor no le gusta leer, y mira que lo he intentado de todas las maneras posibles, pero no he sabido dar con la tecla. Transmitirle la magia que se genera entre un buen libro y un lector que impide a este último soltar sus páginas hasta que lo acaba. El pequeño, sin ser un devora libros, lee más. El manga y los comics me han servido de introducción, y ahora me he lanzado en plancha con la colección completa que hay en mi casa de Agatha Christie.
Pero lo cierto, y es sobre lo que pretendía reflexionar, es que los juegos on line y las redes sociales, especialmente algunas como Tik Tok, que premian la inmediatez, han restado mucho terreno a la lectura. Los niños ya no disfrutan como antes de los libros, prefieren un entretenimiento que se consuma rápido, aunque no deje demasiado poso.
Por supuesto, aún hay padres afortunados que ven como sus vástagos se lo pasan en grande leyendo, pero cada vez es menos corriente. Y me da mucha pena porque la lectura no sólo nos ayuda a entender nuestro mundo y a escribir mejor. Es que aviva nuestra imaginación y nuestra fantasía, haciéndola “engordar” de manera proporcional a nuestras ansias lectoras.
Yo, no obstante, les sigo comprando libros cada año. Si no los leen ellos, los acabo leyendo yo. Pero en el fondo, les confieso que tengo la esperanza de que sean mis nietos los que acaben disfrutándolos. ¿Quién sabe? Puede que sólo sea cuestión de esperar una generación.