Maldita memoria
Por Alex Solar
La destitución del Ministro de las Culturas y las Artes en Chile, por parte del Presidente Piñera, ha dado satisfacción a quienes pedían su dimisión por unas polémicas declaraciones acerca del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, pero no han hecho más que abrir el debate sobre esta institución que pretende mediante documentación bien acreditada representar para la posteridad una tragedia vivida por el pueblo chileno. Algo que en palabras de su Directora, María Luisa Sepúlveda “nunca debió haber sucedido”. El ministro dimitido, Mauricio Rojas, había criticado la instalación calificándola de “montaje desvergonzado y mentiroso” que no reflejaba la situación vivida con anterioridad al golpe de estado de Pinochet, en la que existió un clima de violencia que según él lo habría justificado. Eran declaraciones de hace unos años, en los que Rojas, ex militante de una organización extremista de izquierda y refugiado en Suecia, venía de escribir un libro dedicado a esos acontecimientos titulado “Diálogos de conversos”. Tal vez el ministro renunciado se consideraba un converso al neoliberalismo y de eso da testimonio su paso por el Partido Popular Liberal sueco como parlamentario y posteriormente por ser nombrado en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid como Director del Observatorio para la Inmigración y Cooperación al Desarrollo, entre 2009 y 2012. Su madre, militante socialista, hija de un exiliado español republicano, represaliada y torturada en las cárceles del régimen fascista de Pinochet, nunca le perdonó su giro ideológico.
Pero no quisiera hablar aquí de los frágiles que parecen en ocasiones las convicciones políticas, aunque de ello existen abundantes ejemplos. Tampoco creo que sea una gran virtud o un mérito excepcional la fidelidad perruna a un credo político o religioso. A Ernesto Sábato, escritor argentino, ex comunista aunque en el fondo se consideraba un anarquista, se le reprochó mucho que apoyara al dictador Videla, aunque luego presidió una comisión de investigación acerca de la desaparición de personas en las dictaduras militares de su país. A Neruda, que era un pacífico burgués, siempre le reprocharon su férrea lealtad al Partido Comunista y su devoción por Stalin, a quien dedicó una oda.
A mí me parecen muy discutibles, por su escasa utilidad, los esfuerzos por mantener memoriales de sucesos históricos en los que ha habido exterminio de seres humanos, ya sea el Valle de los Caídos o en los numerosos museos de este tipo que existen el el mundo. En Camboya existe uno del genocidio del régimen comunista de Pol Pot, sembrado de calaveras amontonadas sin ton ni son, sin un contexto que explique el porqué. En Vietnam, otro sobre los vestigios de la guerra con Estados Unidos, que más parece un museo militar. Tampoco profundiza sobre los orígenes del conflicto, aparte de mostrar toda clase de documentación gráfica. El de Perú, que cuenta la sorda guerra librada en el interior entre 1980 y 2000, está mejor organizado en su relato y cuenta con un lugar para ofrendas a las víctimas. Japón tiene uno sobre la catástrofe atómica de Hiroshima, Sudáfrica otro sobre el apartheid e Israel otro sobre el Holocausto.

Tal vez, con el tiempo, se inauguren otros museos o memoriales conmemorativos sobre las víctimas de los atentados terroristas de la Yihad en Europa. De momento, los aficionados a este tipo de instalaciones deberán esperar y conformarse con monolitos en los lugares donde cayeron o nacieron esas víctimas, como hemos visto en estos días. Que por cierto, más que mostrar la cara solidaria y emotiva de los que les honran y homenajean , ha servido para mostrar el rostro ruin del oportunismo y la división política a niveles cainitas que campa en este país.
Víctimas que , desde luego, merecen nuestro respeto son el pretexto para el enfrentamiento o para ponerse medallas. En Italia, los funerales de las victimas del accidente del puente Morandi en Génova, han sentado un curioso precedente de rechazo a estas situaciones orquestadas por el poder mediante la propaganda política más lamentable. Muchos de los familiares de los fallecidos se negaron a participar en el camelo en forma de funeral de estado. También recuerdo aquí la dignidad de Consuelo Ordóñez al rechazar el “perdón” del asesino de su hermano. Un sucio perdón que no vale de nada, lo mismo que tantos homenajes de fariseos venidos de todas partes para la ocasión en la Rambla de Barcelona, para hacerse la foto, mientras arrimaban el ascua a su repugnante sardina.
Maldita memoria, si solamente sirve para esto y no para no repetir los errores y atrocidades del pasado.